[Escrito en Espabox]
Lo decía Hemingway, que de todo esto sabía. La vida es el más devastador lanzador de hooks de izquierda que se conoce, aunque muchos digan que fue Charley White de Chicago. Hablaba de esa capacidad de llegar por sorpresa con golpes de izquierda, por fuera, de los que no se ven venir y para los que no estamos preparados. Qué tópico y manido puede parecer a veces comparar la vida con el boxeo, pero qué jodidamente real es esa similitud. La muerte de María Jesús Rosa es un golpe en frío en el primer round, de los que no se terminan de asimilar. Ha sido todo tan fulgurante que no ha habido tiempo para reaccionar. Hoy perdimos todos por KO. Supimos hace poco que era una lucha imposible, pero hasta hace unas horas, conociéndola, todavía esperábamos una mano salvadora, como la de Chávez a Taylor, como la de Castro a Jackson. Y como le ocurrió en Alemania, aquí también se le ha negado a María Jesús la posibilidad de revancha. Y qué difícil se hace escribir esto sin que se te empañen los ojos.
Como deportista fue una pionera, una adelantada y una valiente que supo abrirse hueco con decisión en un mundo tan masculino como el boxeo de esa época. Con su carácter y simpatía se ganó de inmediato el cariño de todos sus compañeros. Después, con sacrificio y esfuerzo, conquistó también algo mucho más difícil, un respeto que acabó en admiración. Y así, paso a paso, campeona de Europa y campeona del mundo. Nuestra primera campeona, la que hizo historia por primera vez, la que abrió el camino para que hoy nos parezca normal lo que en su día se veía como algo extraño e insólito. Nos queda, cómo no, el recuerdo emocionado de su enfrentamiento ante la megaestrella alemana Regina Halmich, su noche más importante y su mejor combate. La noche en la que, en Karlsruhe, María Jesús Rosa fue más reina que nunca aunque dos de los tres jueces se lo negaran. Y más injusto todavía que el resultado fue que jamás le concedieron la oportunidad de revancha. Lo mismo que hoy.
María Jesús colgó los guantes pero nunca dejó el boxeo. Compartía sus conocimientos, entrenaba, daba clases y formaba junto a Chumi, su preparador, un equipo muy especial, siempre regalando alegría. Los que tienen la fortuna de conocerlos saben de lo que hablo. Pero dejó la competición porque había decidido dedicarse a una tarea aún más importante, ser madre. Nuestros pensamientos están con Óscar, su marido, siempre en su esquina, hasta el final. Y con sus dos hijos, que a partir de ahora tendrán que aprender a crecer sin ella, y sin jamás alcanzar a comprender el porqué. Seguro que han salido también guerreros y van a poder siempre decir orgullosos que su madre fue una mujer luchadora, admirada y querida, y que hizo historia.
A nosotros nos queda un enorme vacío. No es fácil encontrar a una persona tan querida por todos en el mundo del boxeo. Se va a hacer muy duro en la próxima velada no encontrar su siempre cariñoso saludo, su jovialidad y su contagioso entusiasmo. María Jesús, te marchas de este mundo de la misma forma que saliste por última vez del ring. Otra vez, con una injusta decisión que nadie entiende. Pero tú, de nuevo, sales con la cabeza alta, dejando un recuerdo imborrable. Y con tu inolvidable sonrisa. Como en Karlsruhe. Como una eterna campeona.
Descansa en paz
Artículos de Jorge Lera
Recopilación de los artículos publicados por Jorge Lera
18 dic 2018
11 dic 2017
Rigondeaux y la mirada triste de Sonny Liston
[Escrito en Espabox]
Abandonó al acabar el sexto, como Sonny Liston. La batalla entre los dos mayores maestros del noble arte del boxeo acabó en decepción. No es que se esperara uno de esos combates de acción, de los que emocionan, pero sí una gran partida de ajedrez, disputada y competida, repleta de genialidades. No fue así. Las blancas parecían que jugaban con cuatro reinas y las negras solo con timoratos peones. Uno, Lomachenko, cumplió con creces, Rigondeaux no.
Un gran campeón está preparado para aguantar el dolor y el sufrimiento pero no sabe convivir con la impotencia y la humillación. Le ocurrió a Roberto Durán en su revancha ante Sugar Ray Leonard. Fue tras acabar el sexto cuando el chacal cubano dijo su “no más”. Muchos años antes, en 1964, Sonny Liston, vapuleado y puesto en evidencia por un joven e insolente Cassius Clay, abandonó en la banqueta por una lesión en el hombro. Rigondeaux se señaló la mano. La mirada del cubano, triste, misteriosa, taciturna, desinteresada, cansada, recordaba la del viejo Sonny. Como si sus 37 años y todas las batallas y sufrimientos le hubieran caído de golpe en una misma noche. Cuando tu rival es más fuerte y te das cuenta de que está más rápido y acertado que tú, y que te supera en todas las acciones, solo queda una opción de victoria: sufrir, aguantar y jugártelo todo a una mano ganadora que cambie el rumbo del combate. Pero eso, a lo largo de los asaltos, lleva un precio muy alto y Rigondeaux no se sintió dispuesto a pagarlo. Se rindió sin combatir.
Muhammad Ali aguantó todo su combate ante Ken Norton con la mandíbula fracturada. Nuestro Poli Díaz, ante Whitaker, y a pesar de no estar bien preparado, no dejó de intentarlo hasta el final con dos costillas rotas. Perdieron pero lo intentaron. Hay infinidad de ejemplos en la historia. Locura e inconsciencia, sí, pero va en la naturaleza del boxeo. Y a veces hasta sale bien. Se me viene a la cabeza un campeonato británico del peso pesado en el que a Danny Williams se le salió su hombro derecho, aguantó y dos asaltos más tarde noqueaba con su izquierda a Mark Potter. El legendario combate entre Julio César Chávez y Meldrick Taylor también vale de ejemplo.
Es más que probable que la lesión exista, no lo ponemos en duda. En el 64, los mentores de Liston presentaron un informe médico que detallaba lo dañado que su boxeador tenía el brazo. Aunque en realidad, la gente que rodeaba al excampeón del pesado era especialista en técnicas de persuasión que hubieran llevado a cualquier galeno a documentar que el boxeador estaba embarazado, si hubiera sido menester. Era gente que no se andaba con chiquitas.
Sí, seguro que el daño existe, pero Rigondeaux no abandonó por una lesión en su mano, lo que tenía herido era su orgullo. Le estaban haciendo lo que tantas veces hizo él a sus rivales. Como Liston, Rigondeaux se sintió viejo y cansado. Y decidió marcharse.
Un gran campeón está preparado para aguantar el dolor y el sufrimiento pero no sabe convivir con la impotencia y la humillación. Le ocurrió a Roberto Durán en su revancha ante Sugar Ray Leonard. Fue tras acabar el sexto cuando el chacal cubano dijo su “no más”. Muchos años antes, en 1964, Sonny Liston, vapuleado y puesto en evidencia por un joven e insolente Cassius Clay, abandonó en la banqueta por una lesión en el hombro. Rigondeaux se señaló la mano. La mirada del cubano, triste, misteriosa, taciturna, desinteresada, cansada, recordaba la del viejo Sonny. Como si sus 37 años y todas las batallas y sufrimientos le hubieran caído de golpe en una misma noche. Cuando tu rival es más fuerte y te das cuenta de que está más rápido y acertado que tú, y que te supera en todas las acciones, solo queda una opción de victoria: sufrir, aguantar y jugártelo todo a una mano ganadora que cambie el rumbo del combate. Pero eso, a lo largo de los asaltos, lleva un precio muy alto y Rigondeaux no se sintió dispuesto a pagarlo. Se rindió sin combatir.
Muhammad Ali aguantó todo su combate ante Ken Norton con la mandíbula fracturada. Nuestro Poli Díaz, ante Whitaker, y a pesar de no estar bien preparado, no dejó de intentarlo hasta el final con dos costillas rotas. Perdieron pero lo intentaron. Hay infinidad de ejemplos en la historia. Locura e inconsciencia, sí, pero va en la naturaleza del boxeo. Y a veces hasta sale bien. Se me viene a la cabeza un campeonato británico del peso pesado en el que a Danny Williams se le salió su hombro derecho, aguantó y dos asaltos más tarde noqueaba con su izquierda a Mark Potter. El legendario combate entre Julio César Chávez y Meldrick Taylor también vale de ejemplo.
Es más que probable que la lesión exista, no lo ponemos en duda. En el 64, los mentores de Liston presentaron un informe médico que detallaba lo dañado que su boxeador tenía el brazo. Aunque en realidad, la gente que rodeaba al excampeón del pesado era especialista en técnicas de persuasión que hubieran llevado a cualquier galeno a documentar que el boxeador estaba embarazado, si hubiera sido menester. Era gente que no se andaba con chiquitas.
Sí, seguro que el daño existe, pero Rigondeaux no abandonó por una lesión en su mano, lo que tenía herido era su orgullo. Le estaban haciendo lo que tantas veces hizo él a sus rivales. Como Liston, Rigondeaux se sintió viejo y cansado. Y decidió marcharse.
Fue un combate extraño. Jamás habíamos visto a Lomachenko fallar tantos golpes ni a Rigondeaux recibir tantos impactos. No hay duda, son dos maestros y Rigo hacía fallar mucho al ucraniano, pero su aportación en ataque era nula. Era Lomachenko el boxeador que imponía su voluntad, más acertado y dinámico, más fresco y pujante. Su doble jab, sus fintas, sus desplazamientos, hasta su lenguaje corporal hacían patente que iba a ser el claro dominador del pleito. Para el ucraniano no era una contienda para brillar sino para ganar y consolidarse como indiscutible estrella. Prueba más que superada.
Para acceder a este combate y su recompensa económica, el cubano tuvo que ceder mucho, saltar dos categorías e ir a enfrentarse al boxeador más en forma con una evidente desventaja. No le quedaba otra. Como Liston, Rigondeaux era el campeón al que nadie quiere. Posibles combates con las estrellas de su división se desvanecían. Ninguno quería medirse con el Chacal ¿Para qué? Rigondeaux no genera dinero, no es taquillero. La recompensa económica por enfrentarse al cubano es pequeña y lo más seguro es que, no solo te gane, sino que te deje en evidencia. Es lo que le pasó al promotor Bob Arum cuando decidió, en un paso mal medido, encerrar en un ring a su estrella, Nonito Donaire, con Rigondeaux y el cubano le deshizo todos los planes de futuro. De eso hace casi cinco años.
Para acceder a este combate y su recompensa económica, el cubano tuvo que ceder mucho, saltar dos categorías e ir a enfrentarse al boxeador más en forma con una evidente desventaja. No le quedaba otra. Como Liston, Rigondeaux era el campeón al que nadie quiere. Posibles combates con las estrellas de su división se desvanecían. Ninguno quería medirse con el Chacal ¿Para qué? Rigondeaux no genera dinero, no es taquillero. La recompensa económica por enfrentarse al cubano es pequeña y lo más seguro es que, no solo te gane, sino que te deje en evidencia. Es lo que le pasó al promotor Bob Arum cuando decidió, en un paso mal medido, encerrar en un ring a su estrella, Nonito Donaire, con Rigondeaux y el cubano le deshizo todos los planes de futuro. De eso hace casi cinco años.
El viejo zorro de Arum nos sorprendió recientemente, a sus 86 años, manifestando que el secreto de su longevidad y su buena salud es que desde los 30 años fuma marihuana. El canuto que a buen seguro se fumó este sábado después del combate le tuvo que saber a gloria, a victoria y a venganza en plato frío. Se sacó la espina con su enemigo cubano, y su estrella, Lomachenko, salió catapultada para convertirse en uno de los mayores generadores de dinero en los próximos años. Es muy difícil que Bob Arum se equivoque dos veces seguidas. La diferencia física entre Lomachenko y Rigondeaux fue importante, pero no determinante en el desenlace del combate. El ucraniano se estaba imponiendo por mejor boxeo en este duelo de zurdos. Rigo casi no sacaba manos y recurría frecuentemente a los agarres que llegaron a costarle un punto. ¿Pasaría por la cabeza de Rigondeaux la posibilidad de forzar una descalificación? Tradicionalmente, esta ha sido otra de las vías de escape de un boxeador acorralado.
No se le puede poner en duda a Rigondeaux. Ha sido uno de los más sublimes maestros del arte del boxeo. Dos veces campeón olímpico y dos veces campeón mundial amateur. Quedan también sus gestas como profesional, especialmente su triunfo ante Nonito Donaire, quien por entonces era considerado el tercer mejor boxeador del planeta, solo por detrás de Mayweather y Pacquiao. No solo eso, sino una vida de esfuerzo y sacrificio desde que, siendo un niño, las autoridades deportivas cubanas, viendo la desproporcional longitud de sus brazos, decidieron por él que su futuro estaba en el boxeo.
No se le puede poner en duda a Rigondeaux. Ha sido uno de los más sublimes maestros del arte del boxeo. Dos veces campeón olímpico y dos veces campeón mundial amateur. Quedan también sus gestas como profesional, especialmente su triunfo ante Nonito Donaire, quien por entonces era considerado el tercer mejor boxeador del planeta, solo por detrás de Mayweather y Pacquiao. No solo eso, sino una vida de esfuerzo y sacrificio desde que, siendo un niño, las autoridades deportivas cubanas, viendo la desproporcional longitud de sus brazos, decidieron por él que su futuro estaba en el boxeo.
Vivió la gloria deportiva en su país, hasta obtuvo un coche Mitsubishi amarillo como premio por una de sus medallas olímpicas y recibió tratamiento de héroe. Todo hasta que en 2007, junto a su compañero Erislandy Lara, protagonizó un intento de fuga cuando el equipo cubano se encontraba en Brasil.
Volvieron ambos con la cabeza gacha y fue el propio Fidel Castro quien les acusó de traición, comparándolos a un soldado que huye y que deja solos a sus compañeros en el campo de batalla. La decisión fue firme: ninguno de los dos volvería a boxear representando a su país. Fueron años difíciles, de soledad, desasosiego y depresión, en los que hasta los que fueron sus compañeros y entrenadores le evitaban. No estaba bien visto que les vieran hablando con un desertor.
En febrero de 2009, Guillermo Rigondeaux ponía rumbo al profesionalismo, prohibido en Cuba, y cruzaba las 90 millas plagadas de tiburones que separan la isla de Cancún escondido en una lancha de contrabandistas junto a otros 30 fugitivos. Fue la experiencia más traumática de su vida. Dejaba atrás familia y amigos para adentrarse en otro mar, el del boxeo profesional, en el que también hay tiburones que andan al acecho. Triunfos, caídas y remontadas. No se puede dudar del carácter de Rigondeaux, lo que hace más insólito y sorprendente lo vivido este sábado. Tal vez el guerrero se hizo viejo y se cansó. El mundo es cruel, y más que por sus innumerables éxitos y victorias, ya siempre será recordado por su rendición.
El futuro pinta oscuro para el santiaguero. Entrevistado tras el combate, aún en el ring escenario de su capitulación, afirmó que seguiría boxeando y el público lo abucheó. La WBA anunció de antemano que en caso de derrota, le desposeería de su título en el supergallo. Una injusticia para muchos, contraria a la tradición del boxeo, dado que la derrota del cubano se ha producido disputando un título en el superpluma, dos categorías por encima. El propio Rigondeaux protestaba y se preguntaba si este organismo hubiera hecho lo mismo con boxeadores taquilleros como Mayweather, Canelo o Golovkin. Pero Rigo es un campeón que no interesa.
Si sigue boxeando seguirá ganando, porque continúa siendo mejor que la gran mayoría de los boxeadores de su categoría. Es cierto que cuando el boxeador envejece mantiene la pegada pero pierde los reflejos y los del cubano parecen ya no ser los mismos. No solo hacen falta condiciones físicas sino también ambición y deseo. Tras sus descalabros con Muhammad Ali, Sonny Liston siguió ganando combates, pero eso ya no le interesaba a nadie y jamás volvió a disputar el título. Había quedado marcado.
Guillermo Rigondeaux, el maestro, se vio claramente superado por la nueva estrella Vasyl Lomachenko. Seguramente es lo mejor que podía pasar para el negocio del boxeo. El ucraniano tiene la maestría del cubano pero, además, ha entendido que el boxeo no es solo competición sino también espectáculo. En una etapa, tras la retirada de Mayweather, en la que el boxeo busca desesperadamente una gran estrella, Lomachenko tiene todas las bazas para convertirse en el gran “moneymaker” de los próximos años.
Que Lomachenko derrotara a Rigondeaux entraba dentro de la lógica, era lo más probable y esperado. Que el cubano claudicara de esta manera, no. Son innumerables las ocasiones en las que, paradójicamente, un boxeador sale glorificado en la derrota más que en muchas victorias. Recientemente le pasó a Wladimir Klitschko, ninguneado en sus numerosos triunfos, pero admirado y elogiado por su manera de caer ante Anthony Joshua. O el viejo Foreman, tomado a guasa cuando ganaba para luego convertirse en el gran ídolo americano tras su épico esfuerzo al caer derrotado ante Evander Holyfield.
Como Liston, Rigondeaux ha sido el campeón al que nadie quiere. Y lo seguirá siendo porque va a ser muy difícil que se le brinde una nueva oportunidad de redención. No hay nada que marque más en el boxeo que una rendición sin haberse dejado el alma en el intento.
El futuro pinta oscuro para el santiaguero. Entrevistado tras el combate, aún en el ring escenario de su capitulación, afirmó que seguiría boxeando y el público lo abucheó. La WBA anunció de antemano que en caso de derrota, le desposeería de su título en el supergallo. Una injusticia para muchos, contraria a la tradición del boxeo, dado que la derrota del cubano se ha producido disputando un título en el superpluma, dos categorías por encima. El propio Rigondeaux protestaba y se preguntaba si este organismo hubiera hecho lo mismo con boxeadores taquilleros como Mayweather, Canelo o Golovkin. Pero Rigo es un campeón que no interesa.
Si sigue boxeando seguirá ganando, porque continúa siendo mejor que la gran mayoría de los boxeadores de su categoría. Es cierto que cuando el boxeador envejece mantiene la pegada pero pierde los reflejos y los del cubano parecen ya no ser los mismos. No solo hacen falta condiciones físicas sino también ambición y deseo. Tras sus descalabros con Muhammad Ali, Sonny Liston siguió ganando combates, pero eso ya no le interesaba a nadie y jamás volvió a disputar el título. Había quedado marcado.
Guillermo Rigondeaux, el maestro, se vio claramente superado por la nueva estrella Vasyl Lomachenko. Seguramente es lo mejor que podía pasar para el negocio del boxeo. El ucraniano tiene la maestría del cubano pero, además, ha entendido que el boxeo no es solo competición sino también espectáculo. En una etapa, tras la retirada de Mayweather, en la que el boxeo busca desesperadamente una gran estrella, Lomachenko tiene todas las bazas para convertirse en el gran “moneymaker” de los próximos años.
Que Lomachenko derrotara a Rigondeaux entraba dentro de la lógica, era lo más probable y esperado. Que el cubano claudicara de esta manera, no. Son innumerables las ocasiones en las que, paradójicamente, un boxeador sale glorificado en la derrota más que en muchas victorias. Recientemente le pasó a Wladimir Klitschko, ninguneado en sus numerosos triunfos, pero admirado y elogiado por su manera de caer ante Anthony Joshua. O el viejo Foreman, tomado a guasa cuando ganaba para luego convertirse en el gran ídolo americano tras su épico esfuerzo al caer derrotado ante Evander Holyfield.
Como Liston, Rigondeaux ha sido el campeón al que nadie quiere. Y lo seguirá siendo porque va a ser muy difícil que se le brinde una nueva oportunidad de redención. No hay nada que marque más en el boxeo que una rendición sin haberse dejado el alma en el intento.
30 oct 2017
Cuando el mundo se paró
Todo lo que ocurrió en Kinshasa el 30 de octubre de 1974 fue mágico. Un acontecimiento deportivo sin precedentes. Don King se llevó la competición más importante del deporte mundial, el campeonato del mundo del peso pesado, a la África negra, a Zaire, que se iba a convertir por primera vez en la historia en escenario de un evento de esas dimensiones.
Deportivamente, no se esperaba ni siquiera que fuera un buen combate. En realidad, todo hacía señalar que se trataría de la firma del certificado de defunción boxísitica de Muhammad Ali. El excampeón ya no era el de antaño. Más de tres años de exilio forzoso por su objeción de conciencia a la guerra de Vietnam, le habían afectado claramente. Con 32 años, y tras el parón, sus piernas ya no tenían frescura, ya no flotaba como las mariposas. Ali afrontaba esta nueva oportunidad de proclamarse campeón con dos derrotas en su palmarés. Había perdido con Joe Frazier y también con Ken Norton, aunque a ambos les derrotó posteriormente por puntos pero sin brillo. George Foreman, con 25, se presentaba con un impactante 40-0 con 37 triunfos por la vía rápida. Esta era la cuarta defensa de su reinado de terror: se había cargado en un round a José Román y había pulverizado en dos a los vencedores de Ali, a Ken Norton y Joe Frazier. Si Ali había perdido con Norton y Frazier, y Foreman se los había cargado en menos de seis minutos, la regla de tres estaba clara. En Zaire, Big George aniquilaría al viejo excampeón.
No fue así.
En condiciones extremas de calor y humedad, Ali, el estratega, el genio, el guerrero inteligente, fue capaz de derrotar al Goliat de su generación.
Las historias que rodean este mágico combate son interminables. Como lo fueron todos los problemas logísiticos para ofrecer a todo el mundo el campeonato desde un país carente de infraestructuras. Para más inri, el pleito estaba programado para el 24 de septiembre y por un corte de George Foreman, producido en sus entrenamientos, hubo de posponerse hasta el 30 de septiembre. Un autentico desastre, puesto que el combate iba a escenificarse al aire libre y la nueva fecha coincidía con el inicio de la temporada de tormentas y lluvias tropicales. El combate iba a cancelarse, pero el presidente Mobutu, que era el que financió toda la fiesta para gloria de su imperio y con un dinero que tanta falta hacía a un país claramente subdesarrollado, y a quien posteriormente se desvelaría como un sanguinario tirano, ordenó que el combate siguiera adelante y que de ahí no se movía nadie, por la cuenta que les podía traer…
Pero de nuevo la magia. Hasta los dioses entendieron lo que significaba este combate. Hasta que no acaben los guerreros no comenzamos nosotros. Y solamente cuando Foreman y Ali bajaron del cuadrilátero, empezaron a caer las primeras gotas que al poco se convirtieron en diluvio.
Si la vida posterior de Ali es materia de leyenda, la de Foreman, tal vez menos conocida, supera el más fantasioso guión cinematográfico. A George le afectó la derrota, perdió su aura de monstruo invencible, pero siguió adelante con su carrera boxísitica con el objetivo de recuperar la corona. Pero tras cinco victorias más, poco más de dos años después de Kinshasa, Foreman cae derrotado ante Jimmy Young en San Juan de Puerto Rico. El combate había sido extenuante. En el duodécimo y último asalto, que fue elegido mejor round del año, los dos púgiles lo dejan todo. Foreman llega al vestuario prácticamente deshidratado. Cree que está muerto, se mira las manos y ve que sangran. Ante la mirada atónita de su entrenador, Gil Clancy, George se mete debajo del chorro de agua y empieza a gritar: “Aleluya, estoy limpio, he vuelto a nacer”. Foreman, tras su visión, aún en el vestuario, decide dejar el boxeo y dedicarse a la religión. Se ordena ministro y a partir de ahí, dedica todo su tiempo y sus medios en predicar y ayudar a los más desfavorecidos.
Pero diez años después de su inesperada retirada, su George Foreman Youth and Community Center necesita fondos para seguir adelante y los suyos ya escasean. Gordo y casi cuarentón decide volver al boxeo. Un regreso tomado a broma, en el que nadie creyó. El 5 de noviembre de 1994, veinte años después del combate de Zaire, Big George Foreman, a los 45, noquea a Michael Moorer y vuelve a proclamarse campeón mundial del peso pesado. Un milagroso guión que en el cine hubiera sido calificado, sin duda, de muy fantasioso. Fue tan real como un combate de boxeo.
Deportivamente, no se esperaba ni siquiera que fuera un buen combate. En realidad, todo hacía señalar que se trataría de la firma del certificado de defunción boxísitica de Muhammad Ali. El excampeón ya no era el de antaño. Más de tres años de exilio forzoso por su objeción de conciencia a la guerra de Vietnam, le habían afectado claramente. Con 32 años, y tras el parón, sus piernas ya no tenían frescura, ya no flotaba como las mariposas. Ali afrontaba esta nueva oportunidad de proclamarse campeón con dos derrotas en su palmarés. Había perdido con Joe Frazier y también con Ken Norton, aunque a ambos les derrotó posteriormente por puntos pero sin brillo. George Foreman, con 25, se presentaba con un impactante 40-0 con 37 triunfos por la vía rápida. Esta era la cuarta defensa de su reinado de terror: se había cargado en un round a José Román y había pulverizado en dos a los vencedores de Ali, a Ken Norton y Joe Frazier. Si Ali había perdido con Norton y Frazier, y Foreman se los había cargado en menos de seis minutos, la regla de tres estaba clara. En Zaire, Big George aniquilaría al viejo excampeón.
No fue así.
En condiciones extremas de calor y humedad, Ali, el estratega, el genio, el guerrero inteligente, fue capaz de derrotar al Goliat de su generación.
Las historias que rodean este mágico combate son interminables. Como lo fueron todos los problemas logísiticos para ofrecer a todo el mundo el campeonato desde un país carente de infraestructuras. Para más inri, el pleito estaba programado para el 24 de septiembre y por un corte de George Foreman, producido en sus entrenamientos, hubo de posponerse hasta el 30 de septiembre. Un autentico desastre, puesto que el combate iba a escenificarse al aire libre y la nueva fecha coincidía con el inicio de la temporada de tormentas y lluvias tropicales. El combate iba a cancelarse, pero el presidente Mobutu, que era el que financió toda la fiesta para gloria de su imperio y con un dinero que tanta falta hacía a un país claramente subdesarrollado, y a quien posteriormente se desvelaría como un sanguinario tirano, ordenó que el combate siguiera adelante y que de ahí no se movía nadie, por la cuenta que les podía traer…
Pero de nuevo la magia. Hasta los dioses entendieron lo que significaba este combate. Hasta que no acaben los guerreros no comenzamos nosotros. Y solamente cuando Foreman y Ali bajaron del cuadrilátero, empezaron a caer las primeras gotas que al poco se convirtieron en diluvio.
Si la vida posterior de Ali es materia de leyenda, la de Foreman, tal vez menos conocida, supera el más fantasioso guión cinematográfico. A George le afectó la derrota, perdió su aura de monstruo invencible, pero siguió adelante con su carrera boxísitica con el objetivo de recuperar la corona. Pero tras cinco victorias más, poco más de dos años después de Kinshasa, Foreman cae derrotado ante Jimmy Young en San Juan de Puerto Rico. El combate había sido extenuante. En el duodécimo y último asalto, que fue elegido mejor round del año, los dos púgiles lo dejan todo. Foreman llega al vestuario prácticamente deshidratado. Cree que está muerto, se mira las manos y ve que sangran. Ante la mirada atónita de su entrenador, Gil Clancy, George se mete debajo del chorro de agua y empieza a gritar: “Aleluya, estoy limpio, he vuelto a nacer”. Foreman, tras su visión, aún en el vestuario, decide dejar el boxeo y dedicarse a la religión. Se ordena ministro y a partir de ahí, dedica todo su tiempo y sus medios en predicar y ayudar a los más desfavorecidos.
Pero diez años después de su inesperada retirada, su George Foreman Youth and Community Center necesita fondos para seguir adelante y los suyos ya escasean. Gordo y casi cuarentón decide volver al boxeo. Un regreso tomado a broma, en el que nadie creyó. El 5 de noviembre de 1994, veinte años después del combate de Zaire, Big George Foreman, a los 45, noquea a Michael Moorer y vuelve a proclamarse campeón mundial del peso pesado. Un milagroso guión que en el cine hubiera sido calificado, sin duda, de muy fantasioso. Fue tan real como un combate de boxeo.
7 abr 2017
De hacer horas de cola por una barra de pan en la URSS al campeonato del mundo de boxeo con España
[Escrito en El Español]
“El Zar” Petr Petrov intentará este sábado en Manchester proclamarse campeón mundial del peso ligero (versión WBO). Se enfrenta al campeón Terry Flanagan, zurdo, imbatido en 32 combates y con cuatro defensas exitosas a sus espaldas. En caso de conseguirlo, Petrov, que tiene un récord de 38-4-2 (19), se convertirá en el decimotercer campeón mundial español, decimocuarto contando el título mundial femenino de María Jesús Rosa.
Tiene 34 años, de los que más de la mitad los ha pasado en nuestro país, al que emigró recién cumplidos los 16. Al poco tiempo de llegar, se afincó en Vallecas, el popular barrio madrileño donde Petia, como se le conoce, siempre se ha sentido uno más. Está casado con una española, y desde hace dos años tiene la nacionalidad. Su título mundial sería tan español como el que consiguió el popular José Legrá en 1968, también en territorio británico.
Más de 16 años después de su debut profesional, una victoria el sábado supondría la culminación de un sueño y asegurarse prácticamente de por vida su futuro. La vida y la carrera de Petrov no han sido fáciles. De las colas de dos horas en el frío de la Unión Soviética para conseguir una barra de pan, a su primer hogar en Madrid, una habitación sin ventanas que compartía con su madre en una pensión de Antón Martín, con dos baños compartidos para veinte habitaciones. “Luego, cuando vino mi hermano, pasamos a otra habitación. Éramos tres pero al menos ya sí teníamos ventana. Fue una época muy dura pero la recuerdo con mucho cariño. Para mí era conocer un mundo nuevo y la gente fue encantadora y nos ayudó mucho. Allí, pasé dos años, hasta que se vino también mi hermana y ya nos fuimos a Vallecas”.
De su padre, militar y abogado, judoka y corredor de maratones, heredó su pasión por el deporte y la vida sana. También le enseñó disciplina y a no abandonar nunca. De su madre le viene el coraje y el espíritu de lucha de quien, por dar un futuro mejor a sus hijos, es capaz de pasar de ser abogada en un despacho en Rusia a limpiar casas en Madrid. Es lo que ha hecho que Petr nunca haya tirado la toalla ni haya dejado nunca de entrenarse. Ni siquiera en los momentos más difíciles en los que, ante la falta de combates, para poder salir adelante tenía que compatibilizar sus sesiones con cualquier trabajo que le pudiera surgir: “He trabajado en todo lo que trabaja un emigrante para ganarse la vida, de conductor, en una pastelería, haciendo repartos en una jamonería, haciendo limpieza y también en discotecas por la noche, que es realmente lo que menos me gustaba porque un deportista por la noche lo que tiene que hacer es estar descansando. Pero nunca he dejado de entrenar”.
Este será su segundo intento de conseguir una corona mundial. El primero, en 2011, le llegó en las peores condiciones, sin casi tiempo de aviso, fuera de su mejor peso y ante uno de los más terribles pegadores de las últimas décadas,Marcos Maidana. Fue la peor noche de su vida, la noche en la que Petrovpensó que se despedía de este mundo en Argentina. Pero poco a poco, no sin tropiezos y altibajos, ha ido subiendo peldaños durante seis largos años hasta llegar a lo más alto de las clasificaciones mundiales. Para ello tuvo que hacer las maletas y buscarse la vida con dinero prestado en Estados Unidos, donde, en un duro proceso de selección natural, ha sido capaz de encadenar seis importantes triunfos consecutivos, la mayoría de ellos contra pronóstico, que le han llevado finalmente a la disputa del mundial.
UN NIÑO DE LA URSS
Petr nació en 1983 en Riazán, a 196 kilómetros de Moscú, en lo que era entonces la Unión Soviética. “De la URSS recuerdo los tiempos difíciles, los de hacer colas de dos horas para una barra de pan. Tiempos duros, pero para mí fue la mejor infancia que pude tener. Me crié en un pueblo y me pasaba el día en la calle, trabajábamos en el campo, nos íbamos a pescar y hacíamos lo que queríamos. Mi padre era judoka y corría maratones y siempre nos inculcó el deporte y la vida sana. Con ocho años me levantaba a correr con él 10 kilómetros y cuando yo no podía más me decía que tenía que seguir, que un hombre no puede parar. Mi padre fue muchos años militar y, junto a mi madre, nos dio una educación de la que estoy muy contento. Dura y justa, pero sin pasarse. Nos enseñó disciplina, respeto, trabajo, sacrificio. Siempre fue muy estricto, pero con conocimiento”.
Con tan solo ocho años se puso por primera vez unos guantes de boxeo. Su padre le enseñó judo y a Petia le encantaban las películas de Bruce Lee y de Van Damme. Con once, se lo empezó a tomar en serio y a entrenarse con regularidad. Empezó a competir en boxeo y en kick boxing y también practicaba la lucha militar rusa, parecida a las artes marciales mixtas (MMA), wushu sanda, y hasta exhibiciones con katana y con espadas. Entre boxeo y kick boxing disputaría más de un centenar de combates en el campo aficionado. Su hermano mayor y su hermana, que es un año menor que él, también compitieron en ambas disciplinas. Su sueño era llegar a los Juegos Olímpicos y de quien más aprendió fue de su último entrenador allí, Afanasy Kimininiko. “Él fue el que me enseñó el boxeo que me veis ahora en el ring. Seguimos hablando muy a menudo, me manda vídeos, ve mis combates, me corrige, me aconseja, me sigue ayudando. La mayor parte de lo que veis en mis combates son técnicas que aprendí de él”.
A ESPAÑA CON 16 AÑOS
La vida sonreía a los Petrov, hasta que en 1999 la nueva Rusia sufría una de sus más duras crisis económicas. “Mi madre perdió su trabajo y con lo de mi padre no nos alcanzaba. Los dos son abogados pero no salíamos adelante. Hubo un tiempo en que iban bien los negocios y vivíamos muy bien, pero ese año se fue todo al garete. Mi madre conocía a una vecina que se había ido a España y le proporcionaba trabajo de limpiadora. Iba a pasar de trabajar en un despacho como abogada a limpiar casas, pero mi madre es así".
Fue precisamente su madre la que, además de mandar el poco dinero que podía ahorrar a casa, empezó a preguntar por gimnasios de boxeo. Le recomendaron que visitara a Ricardo Sánchez Atocha. Sin saber aún español, con la ayuda de un traductor, fue a hablar con el entrenador y mánager al que enseñó varios vídeos de su hijo. “Ricardo nos ayudó a que yo llegara a Madrid y me pusiera a entrenar con él. Tenía 16 años y nos puso un sueldo para que pudiéramos pagar la pensión. Luego vendría mi hermano, que también hizo combates de profesional aquí, y poco más tarde mi hermana. Hice cuatro combates de amateur y un par de ellos de neoprofesional y con 17 años me propuso debutar de profesional. Mi sueño de ir a unos Juegos Olímpicos se acababa pero era la única opción”.
Fue esta una etapa con muchos altibajos. En ocasiones recibía un sueldo, en otras no podía ser y tenía que ganarse el sustento con diversos trabajos. De lo que guarda un recuerdo muy especial es de sus compañeros de equipo como Dennis Horning y de los campeones de Europa Silvio Olteanu, Juan Carlos Díaz Melero y Manolo Calvo. También de campeones mundiales. “Siempre le estaré agradecido a Javi Castillejo. He estado 12 años entrenándome con él todos los días, mañana y tarde. Solamente con verle entrenar ya aprendes. Con Maravilla Martínez hice también asaltos de guanteo. Como yo era más pequeño, él me cuidaba. Recuerdo la rapidez de sus manos, sobre todo de su jab, que no sabía cómo quitármelo”.
MORIR EN ARGENTINA
En 2011, casi de rebote, al “Zar” le surge la oportunidad de disputar el campeonato mundial del superligero de la WBA ante el temible pegador argentino “Chino” Maidana. “Me tocó bailar con la más fea en el peor momento. No era mi mejor peso pero me hubiera gustado disponer de un mes y medio para prepararme, hubiera sido otro combate bien distinto. Pero me llegó como sustituto. Y fue mala suerte. Yo llevaba dos semanas en cama por una lumbalgia, la única vez que he dejado de entrenar. Y el primer día que vuelvo al gimnasio, Ricardo me propone hacer el campeonato con Maidana. Quedaban dos semanas pero había que ir. Era una gran oportunidad aunque en el peor momento. Pero volvería a hacer lo mismo porque fue una gran experiencia”.
En Buenos Aires, en un ambiente realmente intimidante, Petrov cayó en el cuarto asalto ante el campeón argentino. “En el combate tal vez no se ve. Yo me levanto bien y no parezco muy castigado. Pero además de todo el peso que me sacaba, Maidana es un pegador tremendo. Esa noche, en el hotel, pasé la peor noche de mi vida. Pensaba que me moría en Argentina. Pensaba que tenía un derrame cerebral o algo. Tenía migrañas y vómitos y, de verdad, creía que me moría ahí mismo. Pero volvería hacerlo. Hice un mundial con un boxeador de élite y te das cuenta de que puedes competir y eso te refuerza mentalmente. Todo esto te hace mucho más fuerte y en el boxeo es más importante la fuerza mental que la física. Ahora siempre digo que después de pelear con Maidana ya todo me da lo mismo. Nadie me va a pegar más fuerte que él”.
ENCERRONA EN MONTENEGRO
“Con Ricardo Sánchez Atocha me sentía un poco estancado y decidí hablar con él sobre el plan que tenía sobre mi carrera, y vi que no tenía un futuro próximo. Siempre pienso que tengo unos años ya y el tiempo pasa muy rápido, y con Ricardo era esperar y esperar y me cansé de esperar. No puedo tener paciencia con eso. La promotora Guantes de Lobo me ofreció hacerme varios combates y traerme el campeonato de Europa a Madrid, al Palacio de los Deportes, que tenían medios para hacer eso. Me ofrecieron un sueldo, que yo entonces ya no tenía. Me había comprado un piso con mi mujer y estábamos hipotecados y en un mal momento económico", comenta.
Y prosigue: "El sueldo me permitía de nuevo volver a dedicarme solo al boxeo y me hablaban de unos proyectos muy grandes, pero que luego no se materializaron. Al final solo me enfrenté aquí a dos rivales de nivel regular y luego me ofrecen ir a Montenegro a enfrentarme al imbatido Dejan Zlaticanin, que después sería campeón mundial. Fue un combate que no se tendría que haber hecho. Era una encerrona, todo estaba preparado para que ganara él. Era un combate que yo no quería coger porque no le veía ningún sentido. Yo ya estaba bien clasificado y buscaba hacer el campeonato de Europa. No había nada que ganar porque, aparte, la bolsa no era buena. De los doce asaltos creo que gané nueve o diez claramente pero los jueces le dieron la victoria a él. Me pusieron unos guantes con un relleno increíble. Me los traje a España para enseñarlos. Eran como un almohadón y con eso era imposible hacer daño”.
SUEÑO AMERICANO
Tras lo de Montenegro, Petrov acabó contrato con su promotora y decidió no renovar. Con 30 años cumplidos, sin mánager, sin promotor y con una derrota en su último combate, el futuro pintaba oscuro. Es cuando decidió buscar su sueño americano. Petia empieza a escribir a todo el que conoce de allí en busca de una ayuda o de un contacto. Finalmente, una periodista rusa le propone viajar a Estados Unidos para participar en un Reality Show de boxeo y le proporciona el billete de avión. El programa televisivo acaba siendo un fiasco porque no consiguen venderlo a ningún canal, pero a Petia le ha servido para poder entrenar allí y conocer a distintos mánager y promotores.
“No tenía ni para vivir. Tuve que pedir dinero prestado a mis suegros para poder mantenerme. Les dije que me iba a Estados Unidos a buscarme la vida y que ya lo devolvería. Gracias a ellos pude vivir este sueño. Mi mujer siempre ha creído en mí y se quedó aquí trabajando y pagando la hipoteca. Estuve un mes y me ofrecí a varios promotores, pero entre la edad y que venía de una derrota, pensaban que yo era un viejo de capa caída. Thompson Promotions me ofreció un combate con un mes de aviso. Para hacerlo tenía que perder mi billete de vuelta pero merecía la pena. Era contra Mickey Bey, el protegido de Mayweather, una gran oportunidad. Me presentaron a mi entrenador, Danny Zamora, con el que trabajo desde entonces. Pero una semana antes me llamaron y me dijeron que no había pelea. Había perdido todo porque no me pagaron nada. Fue un bajón terrible, no tenía nada. Y justo cuando me volvía a Madrid, camino al aeropuerto, me llaman y me ofrecen participar en el Torneo Boxcino que organiza la ESPN.Se había caído un boxeador y me ofrecieron ser el remplazo. Me vine a Madrid a pasar las Navidades y en febrero estaba de vuelta para prepararme en Estados Unidos”.
El Torneo Boxcino, televisado por la ESPN, que empezó en febrero de 2014 fue, sin duda el gran punto de inflexión de la carrera del vallecano. “Yo sabía que llegué de relleno. El torneo estaba montado para que lo ganara el imbatido ruso Fedor Papazov. Pero yo le gané en la primera ronda. No se lo esperaban. La semifinal ante Chris Rudd fue increíble, en una reserva india en Dakota del Norte. Estábamos a 17 bajo cero. Allí no había nada, solo el casino y los indios, y yo venía de estar a 30 grados en California. En la final, en Nueva York, con el título norteamericano en juego, gané al pegador Fernando Carcamo y entonces todo el mundo me empezó a prestar atención.”
Dos brillantes triunfos más con el título en juego ante Marvin Quintero y Michael Pérez llevaron a Petrov a ser nombrado número uno en las listas de la WBA. No solo eso, además de las victorias, en Estados Unidos cuenta la manera en la que se consiguen y los combates de Petrov resultaron de una espectacularidad que reforzó su poder de mercado.
“Fueron seis meses seguidos en Estados Unidos y eso me permitió también hacer guantes y medirme con muy buenos boxeadores y con campeones del mundo. Te exiges al cien por cien, que es lo que me ha hecho mejorar. Pasé de no tener nada a llegar arriba. Se habla del sueño americano y de lo de la tierra de las oportunidades, y en mi caso fue así”.
OPORTUNIDAD EN MANCHESTER
Pese a ser el aspirante oficial al título del peso ligero de la WBA, la revancha entre Jorge Linares y Anthony Crolla iba a suponer casi un año de espera para Petrov. Por eso, cuando surgió la oportunidad de disputar el campeonato de la WBO en Manchester no se lo pensó. Ha estado dos meses de campamento en California, y la última semana de aclimatación en España con su entrenador Danny Zamora y con su hermano Vladimir, fundamental también en su preparación. Flanagan, de 27 años, está imbatido como profesional y hace ante el hispano-ruso su quinta defensa. Es alto y zurdo, mal cliente solo con eso. Además es un boxeador muy completo técnicamente, que destaca por la velocidad de sus combinaciones y el ritmo que le puede imprimir a sus combates, lo que le ha valido el apodo de “Turbo”.
Pero la cita le llega a Petrov en su mejor momento de madurez deportiva y con tiempo de preparación. “Cada vez me siento mejor y más fuerte. En América he noqueado a cuatro de mis seis rivales. Se nota el trabajo realizado. El ambiente en Manchester va a ser brutal, pero estoy deseando que llegue el día. Si en Argentina eran 7.000 los que me gritaban, aquí van a ser 20.000. Flanagan es un buen campeón pero nunca ha salido de allí, siempre en casa con rivales que le han traído, y yo he pasado muchas cosas. Yo sé que mentalmente más fuerte que yo no va a estar. Todos los días me imagino subido en la esquina del ring celebrando el triunfo, gritando y llorando con el cinturón. Es algo que visualizo todos los días".
Tras 17 años como profesional, Petia se encuentra a un solo paso del gran objetivo. Un duro y tortuoso camino en el que no ha estado solo. “He tenido la suerte de contar siempre con el apoyo de mi mujer. Todavía no tenemos niños. La conozco desde que ella tenía 16 años y yo 18. Estuvo en mi tercer combate profesional y ya llevo 44. Lo ha vivido todo conmigo. A ver quién aguanta eso. Siempre me ha apoyado, hasta en los momentos más duros, en los que no había ingresos. Jamás me ha dicho deja el boxeo y ponte a trabajar, porque ha creído en mí. Cuando me tengo que ir meses a Estados Unidos, ella lo sufre pero sabe por qué lo hago y su apoyo es fundamental”.
Petrov suele decir con orgullo que se siente vallecano pero sin renunciar a sus orígenes. “En 17 años solo he podido ir a Rusia tres veces. Tengo familia y allí vive mi padre, que no se vino con nosotros. Y quiero volver este año a Rusia, pero con el cinturón. Me encantaría ver a mi padre, a mis tíos, mis primos y a mi entrenador y poder enseñarles mi cinturón”
“Creo que aún me quedan cinco años buenos de boxeo y quiero centrarme solo en eso. En el futuro, no sé, tampoco me veo abriendo un gimnasio. Creo que me sacaré el título de traductor jurado de español y ruso, pero aún queda mucho para eso”.
Este sábado en Manchester, el Zar Petrov afronta ante Terry Flanagan su combate más importante. Sin duda será una dura batalla en territorio hostil. Doce asaltos de tres minutos en lo que buscará culminar el sueño que daría sentido a tan azarosa y sacrificada carrera.
Tiene 34 años, de los que más de la mitad los ha pasado en nuestro país, al que emigró recién cumplidos los 16. Al poco tiempo de llegar, se afincó en Vallecas, el popular barrio madrileño donde Petia, como se le conoce, siempre se ha sentido uno más. Está casado con una española, y desde hace dos años tiene la nacionalidad. Su título mundial sería tan español como el que consiguió el popular José Legrá en 1968, también en territorio británico.
Más de 16 años después de su debut profesional, una victoria el sábado supondría la culminación de un sueño y asegurarse prácticamente de por vida su futuro. La vida y la carrera de Petrov no han sido fáciles. De las colas de dos horas en el frío de la Unión Soviética para conseguir una barra de pan, a su primer hogar en Madrid, una habitación sin ventanas que compartía con su madre en una pensión de Antón Martín, con dos baños compartidos para veinte habitaciones. “Luego, cuando vino mi hermano, pasamos a otra habitación. Éramos tres pero al menos ya sí teníamos ventana. Fue una época muy dura pero la recuerdo con mucho cariño. Para mí era conocer un mundo nuevo y la gente fue encantadora y nos ayudó mucho. Allí, pasé dos años, hasta que se vino también mi hermana y ya nos fuimos a Vallecas”.
De su padre, militar y abogado, judoka y corredor de maratones, heredó su pasión por el deporte y la vida sana. También le enseñó disciplina y a no abandonar nunca. De su madre le viene el coraje y el espíritu de lucha de quien, por dar un futuro mejor a sus hijos, es capaz de pasar de ser abogada en un despacho en Rusia a limpiar casas en Madrid. Es lo que ha hecho que Petr nunca haya tirado la toalla ni haya dejado nunca de entrenarse. Ni siquiera en los momentos más difíciles en los que, ante la falta de combates, para poder salir adelante tenía que compatibilizar sus sesiones con cualquier trabajo que le pudiera surgir: “He trabajado en todo lo que trabaja un emigrante para ganarse la vida, de conductor, en una pastelería, haciendo repartos en una jamonería, haciendo limpieza y también en discotecas por la noche, que es realmente lo que menos me gustaba porque un deportista por la noche lo que tiene que hacer es estar descansando. Pero nunca he dejado de entrenar”.
Este será su segundo intento de conseguir una corona mundial. El primero, en 2011, le llegó en las peores condiciones, sin casi tiempo de aviso, fuera de su mejor peso y ante uno de los más terribles pegadores de las últimas décadas,Marcos Maidana. Fue la peor noche de su vida, la noche en la que Petrovpensó que se despedía de este mundo en Argentina. Pero poco a poco, no sin tropiezos y altibajos, ha ido subiendo peldaños durante seis largos años hasta llegar a lo más alto de las clasificaciones mundiales. Para ello tuvo que hacer las maletas y buscarse la vida con dinero prestado en Estados Unidos, donde, en un duro proceso de selección natural, ha sido capaz de encadenar seis importantes triunfos consecutivos, la mayoría de ellos contra pronóstico, que le han llevado finalmente a la disputa del mundial.
UN NIÑO DE LA URSS
Petr nació en 1983 en Riazán, a 196 kilómetros de Moscú, en lo que era entonces la Unión Soviética. “De la URSS recuerdo los tiempos difíciles, los de hacer colas de dos horas para una barra de pan. Tiempos duros, pero para mí fue la mejor infancia que pude tener. Me crié en un pueblo y me pasaba el día en la calle, trabajábamos en el campo, nos íbamos a pescar y hacíamos lo que queríamos. Mi padre era judoka y corría maratones y siempre nos inculcó el deporte y la vida sana. Con ocho años me levantaba a correr con él 10 kilómetros y cuando yo no podía más me decía que tenía que seguir, que un hombre no puede parar. Mi padre fue muchos años militar y, junto a mi madre, nos dio una educación de la que estoy muy contento. Dura y justa, pero sin pasarse. Nos enseñó disciplina, respeto, trabajo, sacrificio. Siempre fue muy estricto, pero con conocimiento”.
Con tan solo ocho años se puso por primera vez unos guantes de boxeo. Su padre le enseñó judo y a Petia le encantaban las películas de Bruce Lee y de Van Damme. Con once, se lo empezó a tomar en serio y a entrenarse con regularidad. Empezó a competir en boxeo y en kick boxing y también practicaba la lucha militar rusa, parecida a las artes marciales mixtas (MMA), wushu sanda, y hasta exhibiciones con katana y con espadas. Entre boxeo y kick boxing disputaría más de un centenar de combates en el campo aficionado. Su hermano mayor y su hermana, que es un año menor que él, también compitieron en ambas disciplinas. Su sueño era llegar a los Juegos Olímpicos y de quien más aprendió fue de su último entrenador allí, Afanasy Kimininiko. “Él fue el que me enseñó el boxeo que me veis ahora en el ring. Seguimos hablando muy a menudo, me manda vídeos, ve mis combates, me corrige, me aconseja, me sigue ayudando. La mayor parte de lo que veis en mis combates son técnicas que aprendí de él”.
A ESPAÑA CON 16 AÑOS
La vida sonreía a los Petrov, hasta que en 1999 la nueva Rusia sufría una de sus más duras crisis económicas. “Mi madre perdió su trabajo y con lo de mi padre no nos alcanzaba. Los dos son abogados pero no salíamos adelante. Hubo un tiempo en que iban bien los negocios y vivíamos muy bien, pero ese año se fue todo al garete. Mi madre conocía a una vecina que se había ido a España y le proporcionaba trabajo de limpiadora. Iba a pasar de trabajar en un despacho como abogada a limpiar casas, pero mi madre es así".
Fue precisamente su madre la que, además de mandar el poco dinero que podía ahorrar a casa, empezó a preguntar por gimnasios de boxeo. Le recomendaron que visitara a Ricardo Sánchez Atocha. Sin saber aún español, con la ayuda de un traductor, fue a hablar con el entrenador y mánager al que enseñó varios vídeos de su hijo. “Ricardo nos ayudó a que yo llegara a Madrid y me pusiera a entrenar con él. Tenía 16 años y nos puso un sueldo para que pudiéramos pagar la pensión. Luego vendría mi hermano, que también hizo combates de profesional aquí, y poco más tarde mi hermana. Hice cuatro combates de amateur y un par de ellos de neoprofesional y con 17 años me propuso debutar de profesional. Mi sueño de ir a unos Juegos Olímpicos se acababa pero era la única opción”.
Fue esta una etapa con muchos altibajos. En ocasiones recibía un sueldo, en otras no podía ser y tenía que ganarse el sustento con diversos trabajos. De lo que guarda un recuerdo muy especial es de sus compañeros de equipo como Dennis Horning y de los campeones de Europa Silvio Olteanu, Juan Carlos Díaz Melero y Manolo Calvo. También de campeones mundiales. “Siempre le estaré agradecido a Javi Castillejo. He estado 12 años entrenándome con él todos los días, mañana y tarde. Solamente con verle entrenar ya aprendes. Con Maravilla Martínez hice también asaltos de guanteo. Como yo era más pequeño, él me cuidaba. Recuerdo la rapidez de sus manos, sobre todo de su jab, que no sabía cómo quitármelo”.
MORIR EN ARGENTINA
En 2011, casi de rebote, al “Zar” le surge la oportunidad de disputar el campeonato mundial del superligero de la WBA ante el temible pegador argentino “Chino” Maidana. “Me tocó bailar con la más fea en el peor momento. No era mi mejor peso pero me hubiera gustado disponer de un mes y medio para prepararme, hubiera sido otro combate bien distinto. Pero me llegó como sustituto. Y fue mala suerte. Yo llevaba dos semanas en cama por una lumbalgia, la única vez que he dejado de entrenar. Y el primer día que vuelvo al gimnasio, Ricardo me propone hacer el campeonato con Maidana. Quedaban dos semanas pero había que ir. Era una gran oportunidad aunque en el peor momento. Pero volvería a hacer lo mismo porque fue una gran experiencia”.
En Buenos Aires, en un ambiente realmente intimidante, Petrov cayó en el cuarto asalto ante el campeón argentino. “En el combate tal vez no se ve. Yo me levanto bien y no parezco muy castigado. Pero además de todo el peso que me sacaba, Maidana es un pegador tremendo. Esa noche, en el hotel, pasé la peor noche de mi vida. Pensaba que me moría en Argentina. Pensaba que tenía un derrame cerebral o algo. Tenía migrañas y vómitos y, de verdad, creía que me moría ahí mismo. Pero volvería hacerlo. Hice un mundial con un boxeador de élite y te das cuenta de que puedes competir y eso te refuerza mentalmente. Todo esto te hace mucho más fuerte y en el boxeo es más importante la fuerza mental que la física. Ahora siempre digo que después de pelear con Maidana ya todo me da lo mismo. Nadie me va a pegar más fuerte que él”.
ENCERRONA EN MONTENEGRO
“Con Ricardo Sánchez Atocha me sentía un poco estancado y decidí hablar con él sobre el plan que tenía sobre mi carrera, y vi que no tenía un futuro próximo. Siempre pienso que tengo unos años ya y el tiempo pasa muy rápido, y con Ricardo era esperar y esperar y me cansé de esperar. No puedo tener paciencia con eso. La promotora Guantes de Lobo me ofreció hacerme varios combates y traerme el campeonato de Europa a Madrid, al Palacio de los Deportes, que tenían medios para hacer eso. Me ofrecieron un sueldo, que yo entonces ya no tenía. Me había comprado un piso con mi mujer y estábamos hipotecados y en un mal momento económico", comenta.
Y prosigue: "El sueldo me permitía de nuevo volver a dedicarme solo al boxeo y me hablaban de unos proyectos muy grandes, pero que luego no se materializaron. Al final solo me enfrenté aquí a dos rivales de nivel regular y luego me ofrecen ir a Montenegro a enfrentarme al imbatido Dejan Zlaticanin, que después sería campeón mundial. Fue un combate que no se tendría que haber hecho. Era una encerrona, todo estaba preparado para que ganara él. Era un combate que yo no quería coger porque no le veía ningún sentido. Yo ya estaba bien clasificado y buscaba hacer el campeonato de Europa. No había nada que ganar porque, aparte, la bolsa no era buena. De los doce asaltos creo que gané nueve o diez claramente pero los jueces le dieron la victoria a él. Me pusieron unos guantes con un relleno increíble. Me los traje a España para enseñarlos. Eran como un almohadón y con eso era imposible hacer daño”.
SUEÑO AMERICANO
Tras lo de Montenegro, Petrov acabó contrato con su promotora y decidió no renovar. Con 30 años cumplidos, sin mánager, sin promotor y con una derrota en su último combate, el futuro pintaba oscuro. Es cuando decidió buscar su sueño americano. Petia empieza a escribir a todo el que conoce de allí en busca de una ayuda o de un contacto. Finalmente, una periodista rusa le propone viajar a Estados Unidos para participar en un Reality Show de boxeo y le proporciona el billete de avión. El programa televisivo acaba siendo un fiasco porque no consiguen venderlo a ningún canal, pero a Petia le ha servido para poder entrenar allí y conocer a distintos mánager y promotores.
“No tenía ni para vivir. Tuve que pedir dinero prestado a mis suegros para poder mantenerme. Les dije que me iba a Estados Unidos a buscarme la vida y que ya lo devolvería. Gracias a ellos pude vivir este sueño. Mi mujer siempre ha creído en mí y se quedó aquí trabajando y pagando la hipoteca. Estuve un mes y me ofrecí a varios promotores, pero entre la edad y que venía de una derrota, pensaban que yo era un viejo de capa caída. Thompson Promotions me ofreció un combate con un mes de aviso. Para hacerlo tenía que perder mi billete de vuelta pero merecía la pena. Era contra Mickey Bey, el protegido de Mayweather, una gran oportunidad. Me presentaron a mi entrenador, Danny Zamora, con el que trabajo desde entonces. Pero una semana antes me llamaron y me dijeron que no había pelea. Había perdido todo porque no me pagaron nada. Fue un bajón terrible, no tenía nada. Y justo cuando me volvía a Madrid, camino al aeropuerto, me llaman y me ofrecen participar en el Torneo Boxcino que organiza la ESPN.Se había caído un boxeador y me ofrecieron ser el remplazo. Me vine a Madrid a pasar las Navidades y en febrero estaba de vuelta para prepararme en Estados Unidos”.
El Torneo Boxcino, televisado por la ESPN, que empezó en febrero de 2014 fue, sin duda el gran punto de inflexión de la carrera del vallecano. “Yo sabía que llegué de relleno. El torneo estaba montado para que lo ganara el imbatido ruso Fedor Papazov. Pero yo le gané en la primera ronda. No se lo esperaban. La semifinal ante Chris Rudd fue increíble, en una reserva india en Dakota del Norte. Estábamos a 17 bajo cero. Allí no había nada, solo el casino y los indios, y yo venía de estar a 30 grados en California. En la final, en Nueva York, con el título norteamericano en juego, gané al pegador Fernando Carcamo y entonces todo el mundo me empezó a prestar atención.”
Dos brillantes triunfos más con el título en juego ante Marvin Quintero y Michael Pérez llevaron a Petrov a ser nombrado número uno en las listas de la WBA. No solo eso, además de las victorias, en Estados Unidos cuenta la manera en la que se consiguen y los combates de Petrov resultaron de una espectacularidad que reforzó su poder de mercado.
“Fueron seis meses seguidos en Estados Unidos y eso me permitió también hacer guantes y medirme con muy buenos boxeadores y con campeones del mundo. Te exiges al cien por cien, que es lo que me ha hecho mejorar. Pasé de no tener nada a llegar arriba. Se habla del sueño americano y de lo de la tierra de las oportunidades, y en mi caso fue así”.
OPORTUNIDAD EN MANCHESTER
Pese a ser el aspirante oficial al título del peso ligero de la WBA, la revancha entre Jorge Linares y Anthony Crolla iba a suponer casi un año de espera para Petrov. Por eso, cuando surgió la oportunidad de disputar el campeonato de la WBO en Manchester no se lo pensó. Ha estado dos meses de campamento en California, y la última semana de aclimatación en España con su entrenador Danny Zamora y con su hermano Vladimir, fundamental también en su preparación. Flanagan, de 27 años, está imbatido como profesional y hace ante el hispano-ruso su quinta defensa. Es alto y zurdo, mal cliente solo con eso. Además es un boxeador muy completo técnicamente, que destaca por la velocidad de sus combinaciones y el ritmo que le puede imprimir a sus combates, lo que le ha valido el apodo de “Turbo”.
Pero la cita le llega a Petrov en su mejor momento de madurez deportiva y con tiempo de preparación. “Cada vez me siento mejor y más fuerte. En América he noqueado a cuatro de mis seis rivales. Se nota el trabajo realizado. El ambiente en Manchester va a ser brutal, pero estoy deseando que llegue el día. Si en Argentina eran 7.000 los que me gritaban, aquí van a ser 20.000. Flanagan es un buen campeón pero nunca ha salido de allí, siempre en casa con rivales que le han traído, y yo he pasado muchas cosas. Yo sé que mentalmente más fuerte que yo no va a estar. Todos los días me imagino subido en la esquina del ring celebrando el triunfo, gritando y llorando con el cinturón. Es algo que visualizo todos los días".
Tras 17 años como profesional, Petia se encuentra a un solo paso del gran objetivo. Un duro y tortuoso camino en el que no ha estado solo. “He tenido la suerte de contar siempre con el apoyo de mi mujer. Todavía no tenemos niños. La conozco desde que ella tenía 16 años y yo 18. Estuvo en mi tercer combate profesional y ya llevo 44. Lo ha vivido todo conmigo. A ver quién aguanta eso. Siempre me ha apoyado, hasta en los momentos más duros, en los que no había ingresos. Jamás me ha dicho deja el boxeo y ponte a trabajar, porque ha creído en mí. Cuando me tengo que ir meses a Estados Unidos, ella lo sufre pero sabe por qué lo hago y su apoyo es fundamental”.
Petrov suele decir con orgullo que se siente vallecano pero sin renunciar a sus orígenes. “En 17 años solo he podido ir a Rusia tres veces. Tengo familia y allí vive mi padre, que no se vino con nosotros. Y quiero volver este año a Rusia, pero con el cinturón. Me encantaría ver a mi padre, a mis tíos, mis primos y a mi entrenador y poder enseñarles mi cinturón”
“Creo que aún me quedan cinco años buenos de boxeo y quiero centrarme solo en eso. En el futuro, no sé, tampoco me veo abriendo un gimnasio. Creo que me sacaré el título de traductor jurado de español y ruso, pero aún queda mucho para eso”.
Este sábado en Manchester, el Zar Petrov afronta ante Terry Flanagan su combate más importante. Sin duda será una dura batalla en territorio hostil. Doce asaltos de tres minutos en lo que buscará culminar el sueño que daría sentido a tan azarosa y sacrificada carrera.
6 abr 2017
Homenaje a Marvin Hagler
[Publicado en Espabox]
El 6 de abril de 1987, Marvin Hagler disputó el último combate de su carrera. Perdió su título WBC del peso medio ante Sugar Ray Leonard en decisión polémica por puntos.
Marvin Marvelous Hagler es, sin duda, uno de los mejores pesos medios de la historia, campeón unificado de la categoría durante siete años con doce defensas exitosas. Junto a Thomas Hearns, Roberto Durán y Ray Leonard, ocupó y llenó de gloria el abismal hueco que había dejado en el mundo del boxeo la retirada de Muhammad Ali. Hagler, que acabó su carrera con un impresionante récord de 62-3-2 con 52 nocauts, además, representa los valores del guerrero espartano, del púgil que llega a lo más alto tras el más cruel proceso de selección natural, del que conquista cada peldaño a pulso, sin concesiones, sin ayudas y sin privilegios. Todo lo contrario. Ya le vaticinó acertadamente el excampeón mundial Joe Frazier una carrera difícil y llena de trabas. "Tienes tres cosas en tu contra: eres negro, eres zurdo y eres bueno".
Hay boxeadores, como Ali o Robinson, que entienden el ring como un escenario al que el artista sube a exhibir su arte, como un poeta, un cantante o un bailarín. Para Hagler, el cuadrilátero es el altar de sacrificio, la arena del circo romano adonde salen los gladiadores a matar o morir. Su misión es destruir y demoler, como si a cada uno de sus rivales les tocara pagar por tantos momentos de privaciones, sufrimientos y sacrificios vividos en Newark, Brockton y Filadelfia.
DUROS INICIOS
Y es que desde que nació, Marvin supo lo que es vivir en el lado más desprotegido, en el de los desfavorecidos. Vio la luz por primera vez en Newark (Nueva Jersey) el 23 de mayo de 1954. Era el mayor de los seis hijos que tuvieron Robert Simms e Ida Mae Hagler. Marvin era todavía un niño cuando su padre abandona el hogar. Empezaba bien la historia.
En 1968, Newark, ciudad industrial,será portada en todos los periódicos. Será escenario de una de las más violentas revueltas raciales jamás vividas en los Estados Unidos. Durante tres días, los Hagler tienen que vivir prácticamente a gatas, tan aterrorizados que no son capaces de asomar su cuerpo por las ventanas. Fueron días de odio, violencia y sangre. Veintiséis personas murieron en los cruentos enfrentamientos entre los jóvenes negros y la policía. Los destrozos, que también afectaron el humilde hogar de la familia, incuantificables. Ida Mae decide cambiar de aires y llevarse a sus hijos a un lugar más tranquilo.
DEL ANDAMIO AL GIMNASIO DE LOS PETRONELLI
Los Hagler buscaron acomodo en Brockton (Massachusetts), una localidad famosa porque de allí procedía el celebérrimo campeón del mundo del peso pesado Rocky Marciano. Y allí fue donde el joven Marvin empezó a boxear. Apareció un buen día por el gimnasio de Goody y Pat Petronelli, dos entusiastas de origen italiano que incluso llegaron a ser amigos del gran Rocky. Los hermanos se fijaron en ese chavalín negro que lo observaba todo pero que no decía nada. Llevaba así tres días. Era tan tímido que no se atrevía ni a preguntar, pero su sueño era emular a su ídolo, Floyd Patterson. Tan solo era un chaval cuando, mirando al póster del campeón del mundo del pesado, Hagler se dirigió a su madre: "un día seré como él y te compraré una casa".
Los Petronelli le preguntaron si quería ser boxeador. No lo dudo. Desde ese día, Marvin siempre estuvo unido a la pareja de hermanos y nunca jamás les abandonó. Y eso que no eran poderosos ni influyentes sino dos modestos apasionados del boxeo que operaban localmente y que, aparte, tenían una empresa de construcción.
Hagler empezó a brillar como amateur. Por la mañana trabajaba en la empresa de construcción de los Petronelli, fajándose por los andamios, y por la tarde se entrenaba con ellos. Con camiseta, Marvin ganó 52 de 54 combates y obtuvo brillantemente el Torneo nacional de la Amateur Athletic Union.
En las paredes de su gimnasio había carteles que recordaban a los jóvenes boxeadores lo que debían hacer: "En caso de duda, jabea", "Cabeza abajo, manos arriba", "Recuerda, la clave es el trabajo", "Cuerpo en forma, mente en forma", "Entrénate hasta que te duela... y luego un poco más". Marvin Hagler, el obrero, el trabajador de la construcción, se educó en este ambiente de trabajo y sacrificio.
ASCENSO COMO PROFESIONAL
Pero a Marvin eso del boxeo amateur no le iba del todo: ” con los trofeos no se puede comprar comida”. Al poco tiempo, era el año 1973, decide debutar como profesional y derrota a Ted Ryan en dos asaltos. Y sigue unido a los hermanos Petronelli. Hagler se educó en un ambiente de segregación, de separación absoluta entre negros y blancos. Muchos de sus amigos le advertían: no te juntes con esos blancos, te chuparán la sangre, te robarán el dinero. Pero a él le daba igual, confiaba en la pareja de hermanos y con ellos se mantuvo. En estos primeros años, las bolsas eran muy pequeñas y los Petronelli no le cobraban porcentaje. Eran días de estrecheces, de viajar modestamente, de compartir los tres la misma habitación de hotel para ahorrar gastos.
Destacó por su gran capacidad de trabajo. En sus catorce años de profesional siempre dio el mismo peso. Sacrificado y disciplinado en el ring, Marvin era diestro natural pero prefería usar la guardia de zurdo. Su estilo no era de una excepcional brillantez o espectacularidad, pero terriblemente eficaz. Además, tenía coraje, determinación, y un encaje a prueba de bombas, posiblemente debido al insólito y sobresaliente grosor de su cráneo.
Hagler sigue ascendiendo. En 1974 obtiene su victoria más importante hasta el momento al derrotar al campeón olímpico Sugar Ray Seales. El mundo del boxeo empieza a ser consciente de la existencia de este peligroso contendiente.
APRENDIZAJE CON DERROTAS EN FILADELFIA
Pero al demoledor calvo no le es fácil buscar rivales y en ocasiones incluso tiene que ceder peso o actuar como forastero. Como las oportunidades escasean, los Petronelli deciden buscarse la vida boxeando en Filadelfia, la ciudad más dura, donde el boxeo es más auténtico y donde residen los más fieros y curtidos pesos medios del país. Y allí, Hagler conocerá la derrota por primera vez. Cobra una modesta bolsa de dos mil dólares y pierde por puntos ante Bobby “Boogaloo” Watts, aunque la prensa especializada, como la prestigiosa revista The Ring, considera ésta una decisión escandalosa e injusta y que fue Hagler el claro merecedor del triunfo.
Vienen mal dadas. Dos meses más tarde llegará la segunda derrota de Marvin. Esta vez justa, ante un magnífico profesional, típico boxeador de Filadelfia, Willie Monroe, al que apodan el Gusano. Es cierto que Hagler salió al ring debilitado por un proceso gripal, pero Monroe será el único boxeador que en sus catorce años de profesional gane a Hagler de una manera clara e indiscutible. Fue una dura lección en la que sufrió cortes y una profusa hemorragia nasal. “Desde el segundo asalto no podía respirar, pero he aprendido de Monroe y sigo siendo joven” dijo sin rubor.
La experiencia de Filadelfia va curtiendo a Hagler, que sigue creciendo como boxeador. Muchos rivales le evitan. Son los años en los que más sentido cobra la profecía que le hizo Joe Frazier. Hagler reinicia su ascensión y gana a los púgiles más duros del momento como Eugene Hart o el peligroso Bennie Briscoe. Incluso redime sus dos únicas derrotas: pulveriza en el combate de revancha a Bobby Watts en tan solo dos rounds y también se venga, en dos ocasiones, de Willie Monroe, con dos triunfos antes del límite. Era verdad que había aprendido.
Pero a Hagler, que no tiene el apoyo de un promotor fuerte y que sigue fiel a los Petronelli, sigue siendo el apestado de la categoría. Don King organiza un fraudulento torneo para encontrar el rey del peso medio e injustamente deja fuera a Marvin. Los hermanos ya no saben ni que hacer. Deciden buscar la ayuda de los políticos de Massachusetts para que hagan fuerza. Uno de los que prestó su apoyo al boxeador fue el senador Edward Kennnedy. Hagler había ganado sus veinte últimos combates y pedía una oportunidad a gritos.
EL ROBO ANTE ANTUOFERMO
La espera parecía interminable pero, finalmente, tras seis años de profesional, tras 50 combates en el boxeo de pago, Hagler va a disputar el título del mundo del peso medio. El campeón es el duro italoamericano Vito Antuofermo. Es el 30 de noviembre de 1979. Hagler no hace un gran combate pero, aún así, es claro merecedor de la victoria. Sin embargo, los jueces de las Vegas darán el resultado de Combate Nulo ante la sorpresa del público y hasta del árbitro Mills Lane que ya se decidía a levantarle la mano a Hagler. De manera injusta, Antuofermo se llevaba de nuevo a casa el cinturón, eso sí, junto con 25 puntos de sutura. Antes del combate, Hagler había prometido a su novia, Bertha, que si ganaba a Antuofermo se casaría con ella. Y a pesar de que los jueces dieran empate, Hagler tenía tan claro que el vencedor había sido él que no dudó en casarse de inmediato. "Al menos he ganado una mujer".
Todos estos varapalos siguen curtiendo el carácter de Hagler, que tiene que volver a espera una nueva oportunidad. Antuofermo le niega una merecida revancha y prefiere defender el título ante el británico Alan Minter. Y Hagler sigue haciendo cola.
GLORIA BAJO UNA LLUVIA DE OBJETOS EN WEMBLEY
Tras un año de espera, el nuevo campeón, el inglés Alan Minter, se ve obligado a defender su título ante Hagler. Será en Londres, el 27 de septiembre de 1980, y el combate se verá marcado por unas desafortunadas declaraciones del británico: "No voy a dejar que un negro me quite el cinturón". Estas manifestaciones racistas atrajeron a muchos hooligans que, ajenos al mundo del boxeo, se acercaron a Wembley para crear un aterrador ambiente ultranacionalista y racista. El recibimiento que le hicieron a Hagler fue inenarrable. Pero Marvin no es de los que se asusta. Peor lo pasó de niño durante las revueltas de Newark. En el tercer asalto, Alan Minter está cortado y el árbitro, Carlos Berrocal, decide parar el combate y otorgarle la victoria a Hagler. Por fin se proclama campeón del mundo, la espera ha sido larga pero ha merecido la pena. Su sueño, el que da sentido a toda su espera y a los malos momentos, ya se ha cumplido. Hagler se arrodilla para festejar su triunfo, para disfrutar de tan dulce y ansiada conquista. Pero el destino le niega hasta ese momento tan único y especial. En Wembley solo se escuchan gritos e insultos y sobre el ring empiezan a llover botellas, vasos, monedas y demás objetos contundentes. Históricas son las imágenes en las que se ve como el nuevo campeón no puede celebrar su triunfo y como los hermanos Petronelli se abalanzan sobre él, que está tumbado en el suelo, para cubrirle y protegerle de tan inefable diluvio.
Pero con el título empezó a llegar el reconocimiento y las buenas bolsas. Incluso, como campeón, mejoró notablemente su boxeo. Derrotó a Fulgencio Obelmejías, noqueó a Vito Antuofermo, al que Hagler le concedió la oportunidad que el italoamericano le negó a él. También a Mustapha Hamsho, a Caveman Lee y al argentino Juan Domingo “Martillo” Roldán, entre otros. Es en esta época en la que, harto de que los comentaristas de la ABC no se refirieran a él como Marvelous, el apodo que le gustaba, decide cambiar legalmente su nombre de Marvin Nathaniel Hagler al ya inmortal Marvin Marvelous Hagler.
LA GUERRA CON HEARNS
Como campeón se mostraba contundente e indestructible. Se impuso al legendario Roberto Durán y luego protagonizo uno de los combates más espectaculares y explosivos de la historia ante Tommy Hearns. Fue un duelo de superestrellas, de dos temibles pegadores que intercambiaron cuero en las trincheras de una manera feroz. El primer asalto está considerado como el mejor primer round de la historia del boxeo. Y en el tercero, Hagler, que está cortado y que sabe que en breve le van a parar el combate, consigue noquear definitivamente a Thomas Hearns en un combate inolvidable.
Tras vencer a la Cobra de Detroit, Marvin gana una popularidad que hasta entonces no había tenido, a la vez que un respeto y un reconocimiento ya unánime. Por fin tiene algo incluso más importante que el título, algo que hasta entonces se le había negado.
RIVALIDAD CON SUGAR RAY LEONARD
Pero es entonces, cuando el niño bueno del boxeo, el adorado Sugar Ray Leonard sale de su retiro para enfrentarse a Hagler por el título. De nuevo, todas las miradas se centran en el popularísimo Leonard. La carrera del segundo Sugar Ray ha sido muy distinta a la de Hagler. Además de su impresionante talento y de su indiscutible calidad, Leonard siempre recibió ayudas y apoyo. Vale un ejemplo: en 1977 los dos boxeadores aparecieron en una misma velada en Hartford. Hagler hacía su trigésimo sexto combate profesional mientras que para Leonard era su tercero sin camiseta. Marvin cobró mil quinientos dólares, Leonard cobró cuarenta mil. Mientras Marvelous en sus comienzos boxeaba por bolsas pequeñas y completaba sus ingresos trabajando en el andamio, Sugar Ray, campeón olímpico, recibía grandes cantidades y todo tipo de beneficios.
El sueño de Hagler era superar el record de catorce defensas del título del peso medio que tenía el argentino Carlos Monzón. Pero no puede rechazar 'el combate del siglo' con cifras mareantes,el duelo ante Sugar Ray Leonard, que llevaba tres años retirado del boxeo. Hagler se llevaría la parte más grande del pastel, unos 20 millones de dólares. Eso sí, Leonard impondría sus preferencias: combate a doce asaltos en vez de a quince, guantes de diez onzas y un ring grande.
El seis de abril de 1987, en las Vegas se enfrentan las dos superestrellas del boxeo. Eran años de oscuridad en el peso pesado y todas las miradas se centraban en estos dos colosos del ring. El combate fue igualado, entre dos púgiles de estilos diferentes. Pudo ganar cualquiera. Quizá Leonard fue más listo y supo boxear para los jueces, con sus combinaciones vistosas y efectistas al final de cada asalto. Otros muchos creen que el merecedor de la victoria fue Hagler. Han pasado treinta años y el resultado se sigue discutiendo. Los jueces de Las Vegas, en decisión dividida, otorgaron el triunfo a Sugar Ray Leonard.
UN CALVO SONRIENTE
Era su defensa número trece, número fatídico, y Hagler se quedó sin título. Enfadado y contrariado, se niega a aceptar la victoria de Sugar Ray, echa las culpas a los jueces de Las Vegas. Busca a toda costa la revancha, pero Leonard ya había anunciado que colgaría los guantes después del combate. Cansado de esperar, Marvin Marvelous Hagler decide acabar con su carrera como boxeador. Se retira. Finito. Al principio parece un mero berrinche y que, como suele ser habitual en el boxeo, al poco tiempo volverá a los cuadriláteros. Pero Hagler fue fiel a su palabra y nunca más volvió a boxear, a pesar de las multimillonarias ofertas que recibió para volver a calzarse los guantes. Años más tarde, Leonard que de nuevo regresó a los cuadriláteros, propuso la posibilidad de enfrentarse de nuevo. Ya era tarde. Si Hagler dice que se retira es que se retira.
Fueron años duros para Hagler. Que se refieran a él como excampeón le hace más daño que el más duro golpe recibido en el ring. Se divorcia y parece no acabar de encontrar un hueco fuera de los cuadriláteros. Hasta que decide emigrar a Italia, a Milán, donde le reciben como un auténtico ídolo y donde empieza su carrera como actor. Deja de ser el tipo de mirada fría y aterradora. Ya no es el hombre resentido y enfadado de aspecto feroz. Ya no busca intimidar a quien tiene enfrente. Ahora, Hagler aparece como un amable y popular personaje, atento, simpático, hablador y con una enorme sonrisa, siempre bajo su brillante e inconfundible calva. Es feliz y disfruta participando en charlas, cenas y homenajes. Y su cara se ilumina de una manera especial cuando, tras firmar un autógrafo o hacerse una foto con algún admirador, le despiden con un: "Marvin, para mí también tú le ganaste a Sugar Ray".
19 nov 2016
El Hijo de Dios se enfrenta a La Bestia
[Escrito en El Español]
Este sábado, Las Vegas alberga el que posiblemente sea el combate más esperado del año. Un duelo de imbatidos en el que el ganador saldrá legitimado para disputar al nicaragüense Román González y al kazajo Gennady Golovkin el título honorífico de mejor boxeador del mundo libra por libra. El temible destructor ruso Sergey “Krusher” Kovalev defiende sus títulos IBF, WBA y WBO del peso semipesado ante el magistral campeón olímpico y excampeón unificado del supermedio, el californiano Andre Ward, conocido como “Hijo de Dios”, o S.O.G por sus siglas en inglés. El mayor pegador del boxeo actual frente a su más eminente orfebre. Un enfrentamiento de calidad que tiene a la cátedra dividida, un apasionante duelo de estilos entre dos grandes boxeadores de personalidades y orígenes bien distintos.
Kovalev es campeón desde 2013 y, tras ocho defensas, ha impuesto un reinado de terror en la categoría. Ward, todo un prodigio del boxeo, tiene el excepcional logro de no perder un combate, amateur o profesional, desde que era un niño de 14 años. Ahora afronta su más complicado reto al subir de categoría y enfrentarse a un gran campeón mucho más fuerte que él. En su contra juegan las lesiones y la falta de actividad en los últimos años.
LA TRITURADORA KOVALEV
Como profesional no conoce la derrota y cuenta con 30 triunfos, de los cuales 26 fueron por la vía rápida, lo que le ha encaramado como uno de los mejores púgiles libra por libra. El único combate que no ha ganado es un discutido nulo técnico en dos rounds al principio de su carrera. Por su origen, su demoledor estilo y su espectacular porcentaje de victorias por KO, es una especie de Iván Drago (el ruso de las películas de Rocky) pero en versión más fea. A sus 33 años, el campeón se encuentra en su mejor momento deportivo. No ha sido el suyo un camino fácil.
Sergey está modelado por la escasez, el frío y la languidez característica de las ciudades industriales en la Rusia de los ochenta. Sin artificios ni concesiones de cara a la galería, a Kovalev le define la sobriedad de la arquitectura soviética. Ha llegado a lo más alto superando una gélida infancia, un régimen deportivo de extremada dureza, un cambio de país y la losa de la muerte de un rival.
Creció en las calles de Chelyabinsk, una ciudad que sirve de puente entre los Urales y Siberia y en la que el invierno, con temperaturas bajo cero, dura casi ocho meses. Una localidad de más de un millón de habitantes, especialmente gris en esos últimos años de régimen soviético en los que la mayoría de la población se dedicaba a la industria metalúrgica y la producción de tractores, tanques y camiones. Su padre abandonó a la familia cuando Sergey tenía tan sólo tres años y el futuro campeón tuvo que buscarse la vida limpiando ventanas, vendiendo periódicos o sirviendo gasolina.
Y conforme fue creciendo y haciéndose más fuerte, también trabajó como estibador y guardaespaldas hasta que finalmente entró a formar parte del ejército ruso. A los 11 años empezó a boxear y muy pronto destacó en el proceso de selección natural que caracteriza la piramidal estructura del boxeo en Rusia. Fue campeón de Rusia junior y senior, campeón mundial militar y miembro habitual del equipo nacional, aunque no siempre como primer espada debido al mayor éxito de Matt Korobov y Artur Beterviev. Por eso, Sergey nunca llegó a sentirse del todo a gusto en su selección, por lo que decidió hacerse profesional.
Ayudado y financiado por su mánager lituano, Egis Kilmas, Kovalev inició, desde abajo, su aventura americana. En 2009, con 26 años y tras más de 200 combates amateur, Kovalev emigró a Carolina del Norte, donde empezó su adaptación al boxeo rentado de la mano del veterano entrenador Don Turner y posteriormente del también reputado Abel Sánchez. El ascenso, aunque primero en veladas más oscuras en Estados Unidos y Rusia, empezó a ser evidente.
En 2011, tras proclamarse campeón norteamericano, regresó a Rusia para disputar un título regional de la WBC. Era su decimoctavo combate profesional y se enfrentaba a su compatriota Roman Simakov. Kovalev ganó por KO técnico en el séptimo round. Su rival clavo la rodilla en la lona y poco después se desplomó. Simakov falleció tres días más tarde. Un tremendo y triste accidente del que a Sergey no le gusta hablar, aunque sabidos son sus esfuerzos porque a la desconsolada familia de su compañero no les faltara nada en lo económico.
Paradójicamente, tras este combate Kovalev cambió de entrenador e inició su auténtica ascensión dentro de la élite de la categoría. De la mano de su nuevo preparador, el excampeón mundial John David Jackson, los progresos del ruso han sido más que evidentes. No sólo es un contundente pegador sino que, dentro de su sobriedad de estilo, se ha convertido en un eficiente boxeador.
Por fin, en agosto de 2013 le llegó su oportunidad de disputar el mundial de la WBO. En territorio forastero, Kovalev se deshizo en cuatro rounds del hasta entonces imbatido campeón, el galés Nathan Cleverly, todo un golpe de autoridad. Un año más tarde, tras tres defensas solventadas por la vía rápida, Krusher se hizo también con los cinturones de la IBF y de la WBA al imponerse con claridad a los puntos al extraordinario abuelo del boxeo, Bernard Hopkins.
Un sabio del boxeo que, a pesar de ser de los pocos que ha llegado al final de la ruta ante el noqueador ruso, jamás tuvo opciones de victoria ante el buen boxeo y la tremenda fortaleza física de su rival. Cuatro nuevas defensas de Kovalev le dejan ahora a las puertas de su supercombate ante Ward, a priori el más importante y complicado de su demoledora carrera.
WARD, UN SUPERDOTADO SIN CARISMA
La trayectoria de Andre Ward es realmente excepcional. Lleva 23 años sin perder un solo combate, desde que tenía 14 años y tan sólo pesaba 60 kilos. Hijo de un irlandés que fue boxeador amateur y una madre afroamericana cuya adicción al crack dejó sin apenas presencia en la infancia de Andre. A los nueve años, Frank Ward llevó por primera vez a su hijo al gimnasio. Allí conocería a la persona más influyente en su vida, su entrenador Virgil Hunter, con el que inseparablemente sigue trabajando hoy, y que además, sobre todo a raíz de la prematura muerte de Frank, ejerce de amigo, consejero y mentor.
Andre sabe que, desde el primer día, Hunter no sólo se interesó por Ward como boxeador sino principalmente como persona. Ward, por condiciones físicas y por mentalidad, estaba hecho para el boxeo. Rara vez se ha visto un deportista tan dominante desde sus principios. Fue en dos ocasiones campeón de los Estados Unidos, ganó todos sus combates en las eliminatorias de acceso al equipo nacional americano y se proclamó campeón olímpico en los Juegos de Atenas 2004.
Pese a que su medalla de oro fue la única conseguida por el boxeo estadounidense en dos ciclos olímpicos, Ward no tuvo ni mucho menos el recibimiento mediático de otros campeones olímpicos. Quizá porque el boxeo olímpico ya no era tan seguido por el gran público como años atrás, quizá porque su sonrisa no deslumbra como las de Sugar Ray Leonard u Óscar de la Hoya, o tal vez por el enfoque eminentemente táctico y estratégico de su boxeo. Tampoco levanta controversias como Mayweather. Ward es un aplicado científico, como una fusión entre Floyd y Hopkins, de los de la vieja escuela, un dominador de las perdidas, y no por todos apreciadas, artes y sutilezas del boxeo.
Cristiano practicante, Ward acude al menos dos veces por semana a la iglesia acompañado por sus hijos y su mujer Tiffinney, a la que conoce desde sus días en el instituto. Al gimnasio acude todavía con mayor frecuencia e idéntica devoción. Fuera de eso, Ward visita regularmente cárceles, reformatorios y centros juveniles. Su juventud no fue fácil y vivió en una comunidad machacada por la droga, y cree que su historia y sus logros pueden servir de ejemplo e inspiración.
Ward es un zurdo natural que boxea con guardia ortodoxa. Como profesional ha salido victorioso de sus 30 combates, la mitad de ellos antes del límite. Ha sido monarca indiscutido en el supermedio, división que literalmente limpió unificando los tres títulos mundiales más importantes y derrotando a todo campeón o contendiente que se cruzó en su camino. Fueron sus mejores años, entre 2009 y 2011, en los que salió como vencedor absoluto del Torneo Super Six imponiéndose con claridad a campeones como Mikkel Kessler, Arthur Abraham o el británico Carl Froch, ante el que el estadounidense dio una auténtica clase maestra de boxeo en sus tres distancias.
En total, ha disputado siete combates con título mundial en juego, pero sus últimos años han estado marcados por las lesiones y la falta de actividad: sólo cinco combates en los últimos cinco años. Un larguísimo contencioso con su antigua promotora, a lo que se sumó una operación en su hombro derecho, le mantuvieron largas temporadas alejado del cuadrilátero. Fue desposeído de sus títulos por no defenderlos en los plazos marcados, lo que aceleró su decisión de subir al semipesado en busca de nuevos retos.
Tras dos combates de rodaje, se enfrenta ahora al desafío más importante de su carrera. En sus dos últimas citas, Ward salió victorioso aunque llevándose algún golpe de más. Aparentemente, su precisión y sentido del tiempo y de la distancia se habían deteriorado con tanto parón. El californiano sabe que para imponerse a un boxeador como Kovalev, semipesado natural, de buena técnica y extraordinaria fuerza física, necesita recuperar su mejor versión. Quizá entonces sea capaz, por fin, de cautivar al gran público.
Kovalev es campeón desde 2013 y, tras ocho defensas, ha impuesto un reinado de terror en la categoría. Ward, todo un prodigio del boxeo, tiene el excepcional logro de no perder un combate, amateur o profesional, desde que era un niño de 14 años. Ahora afronta su más complicado reto al subir de categoría y enfrentarse a un gran campeón mucho más fuerte que él. En su contra juegan las lesiones y la falta de actividad en los últimos años.
LA TRITURADORA KOVALEV
Como profesional no conoce la derrota y cuenta con 30 triunfos, de los cuales 26 fueron por la vía rápida, lo que le ha encaramado como uno de los mejores púgiles libra por libra. El único combate que no ha ganado es un discutido nulo técnico en dos rounds al principio de su carrera. Por su origen, su demoledor estilo y su espectacular porcentaje de victorias por KO, es una especie de Iván Drago (el ruso de las películas de Rocky) pero en versión más fea. A sus 33 años, el campeón se encuentra en su mejor momento deportivo. No ha sido el suyo un camino fácil.
Sergey está modelado por la escasez, el frío y la languidez característica de las ciudades industriales en la Rusia de los ochenta. Sin artificios ni concesiones de cara a la galería, a Kovalev le define la sobriedad de la arquitectura soviética. Ha llegado a lo más alto superando una gélida infancia, un régimen deportivo de extremada dureza, un cambio de país y la losa de la muerte de un rival.
Creció en las calles de Chelyabinsk, una ciudad que sirve de puente entre los Urales y Siberia y en la que el invierno, con temperaturas bajo cero, dura casi ocho meses. Una localidad de más de un millón de habitantes, especialmente gris en esos últimos años de régimen soviético en los que la mayoría de la población se dedicaba a la industria metalúrgica y la producción de tractores, tanques y camiones. Su padre abandonó a la familia cuando Sergey tenía tan sólo tres años y el futuro campeón tuvo que buscarse la vida limpiando ventanas, vendiendo periódicos o sirviendo gasolina.
Y conforme fue creciendo y haciéndose más fuerte, también trabajó como estibador y guardaespaldas hasta que finalmente entró a formar parte del ejército ruso. A los 11 años empezó a boxear y muy pronto destacó en el proceso de selección natural que caracteriza la piramidal estructura del boxeo en Rusia. Fue campeón de Rusia junior y senior, campeón mundial militar y miembro habitual del equipo nacional, aunque no siempre como primer espada debido al mayor éxito de Matt Korobov y Artur Beterviev. Por eso, Sergey nunca llegó a sentirse del todo a gusto en su selección, por lo que decidió hacerse profesional.
Ayudado y financiado por su mánager lituano, Egis Kilmas, Kovalev inició, desde abajo, su aventura americana. En 2009, con 26 años y tras más de 200 combates amateur, Kovalev emigró a Carolina del Norte, donde empezó su adaptación al boxeo rentado de la mano del veterano entrenador Don Turner y posteriormente del también reputado Abel Sánchez. El ascenso, aunque primero en veladas más oscuras en Estados Unidos y Rusia, empezó a ser evidente.
En 2011, tras proclamarse campeón norteamericano, regresó a Rusia para disputar un título regional de la WBC. Era su decimoctavo combate profesional y se enfrentaba a su compatriota Roman Simakov. Kovalev ganó por KO técnico en el séptimo round. Su rival clavo la rodilla en la lona y poco después se desplomó. Simakov falleció tres días más tarde. Un tremendo y triste accidente del que a Sergey no le gusta hablar, aunque sabidos son sus esfuerzos porque a la desconsolada familia de su compañero no les faltara nada en lo económico.
Paradójicamente, tras este combate Kovalev cambió de entrenador e inició su auténtica ascensión dentro de la élite de la categoría. De la mano de su nuevo preparador, el excampeón mundial John David Jackson, los progresos del ruso han sido más que evidentes. No sólo es un contundente pegador sino que, dentro de su sobriedad de estilo, se ha convertido en un eficiente boxeador.
Por fin, en agosto de 2013 le llegó su oportunidad de disputar el mundial de la WBO. En territorio forastero, Kovalev se deshizo en cuatro rounds del hasta entonces imbatido campeón, el galés Nathan Cleverly, todo un golpe de autoridad. Un año más tarde, tras tres defensas solventadas por la vía rápida, Krusher se hizo también con los cinturones de la IBF y de la WBA al imponerse con claridad a los puntos al extraordinario abuelo del boxeo, Bernard Hopkins.
Un sabio del boxeo que, a pesar de ser de los pocos que ha llegado al final de la ruta ante el noqueador ruso, jamás tuvo opciones de victoria ante el buen boxeo y la tremenda fortaleza física de su rival. Cuatro nuevas defensas de Kovalev le dejan ahora a las puertas de su supercombate ante Ward, a priori el más importante y complicado de su demoledora carrera.
WARD, UN SUPERDOTADO SIN CARISMA
La trayectoria de Andre Ward es realmente excepcional. Lleva 23 años sin perder un solo combate, desde que tenía 14 años y tan sólo pesaba 60 kilos. Hijo de un irlandés que fue boxeador amateur y una madre afroamericana cuya adicción al crack dejó sin apenas presencia en la infancia de Andre. A los nueve años, Frank Ward llevó por primera vez a su hijo al gimnasio. Allí conocería a la persona más influyente en su vida, su entrenador Virgil Hunter, con el que inseparablemente sigue trabajando hoy, y que además, sobre todo a raíz de la prematura muerte de Frank, ejerce de amigo, consejero y mentor.
Andre sabe que, desde el primer día, Hunter no sólo se interesó por Ward como boxeador sino principalmente como persona. Ward, por condiciones físicas y por mentalidad, estaba hecho para el boxeo. Rara vez se ha visto un deportista tan dominante desde sus principios. Fue en dos ocasiones campeón de los Estados Unidos, ganó todos sus combates en las eliminatorias de acceso al equipo nacional americano y se proclamó campeón olímpico en los Juegos de Atenas 2004.
Pese a que su medalla de oro fue la única conseguida por el boxeo estadounidense en dos ciclos olímpicos, Ward no tuvo ni mucho menos el recibimiento mediático de otros campeones olímpicos. Quizá porque el boxeo olímpico ya no era tan seguido por el gran público como años atrás, quizá porque su sonrisa no deslumbra como las de Sugar Ray Leonard u Óscar de la Hoya, o tal vez por el enfoque eminentemente táctico y estratégico de su boxeo. Tampoco levanta controversias como Mayweather. Ward es un aplicado científico, como una fusión entre Floyd y Hopkins, de los de la vieja escuela, un dominador de las perdidas, y no por todos apreciadas, artes y sutilezas del boxeo.
Cristiano practicante, Ward acude al menos dos veces por semana a la iglesia acompañado por sus hijos y su mujer Tiffinney, a la que conoce desde sus días en el instituto. Al gimnasio acude todavía con mayor frecuencia e idéntica devoción. Fuera de eso, Ward visita regularmente cárceles, reformatorios y centros juveniles. Su juventud no fue fácil y vivió en una comunidad machacada por la droga, y cree que su historia y sus logros pueden servir de ejemplo e inspiración.
Ward es un zurdo natural que boxea con guardia ortodoxa. Como profesional ha salido victorioso de sus 30 combates, la mitad de ellos antes del límite. Ha sido monarca indiscutido en el supermedio, división que literalmente limpió unificando los tres títulos mundiales más importantes y derrotando a todo campeón o contendiente que se cruzó en su camino. Fueron sus mejores años, entre 2009 y 2011, en los que salió como vencedor absoluto del Torneo Super Six imponiéndose con claridad a campeones como Mikkel Kessler, Arthur Abraham o el británico Carl Froch, ante el que el estadounidense dio una auténtica clase maestra de boxeo en sus tres distancias.
En total, ha disputado siete combates con título mundial en juego, pero sus últimos años han estado marcados por las lesiones y la falta de actividad: sólo cinco combates en los últimos cinco años. Un larguísimo contencioso con su antigua promotora, a lo que se sumó una operación en su hombro derecho, le mantuvieron largas temporadas alejado del cuadrilátero. Fue desposeído de sus títulos por no defenderlos en los plazos marcados, lo que aceleró su decisión de subir al semipesado en busca de nuevos retos.
Tras dos combates de rodaje, se enfrenta ahora al desafío más importante de su carrera. En sus dos últimas citas, Ward salió victorioso aunque llevándose algún golpe de más. Aparentemente, su precisión y sentido del tiempo y de la distancia se habían deteriorado con tanto parón. El californiano sabe que para imponerse a un boxeador como Kovalev, semipesado natural, de buena técnica y extraordinaria fuerza física, necesita recuperar su mejor versión. Quizá entonces sea capaz, por fin, de cautivar al gran público.
11 nov 2016
Muere Perico Fernández, el 'juguete roto' del boxeo español
[Escrito en El Español]
Su vida, su ascenso, los días de gloria como campeón mundial y su estrepitosa caída parecen sacados de una novela. Pero de esas malas, de las baratas, fáciles, predecibles y cargadas de tópicos. En este caso, tristemente real. El niño tartamudo del orfanato de Zaragoza que encontró su vehículo de expresión en el boxeo, deporte para el que fue un auténtico superdotado, ha muerto a los 64 años, viviendo sus últimos años prácticamente de la ayuda de las instituciones y de un puñado de amigos. Enfermo y sin un duro, como el de la novela mala.En el ring fue una de las figuras más carismáticas que ha dado nuestro boxeo. Púgil vivo, listo, intuitivo, boxeador de la calle. Y con un ladrillo en cada mano. El que mejor le definió fue el maestro Manuel Alcántara: Perico era un bohemio del boxeo. Y de la vida. De carácter impulsivo e impredecible, dentro y fuera del ensogado. Pero con esa gracia natural, ese don que pocos tienen para enamorar al aficionado y al que no lo es tanto.
Un boxeador especial que tiraba más de genética y genialidad que de entrenamiento y sacrificio. De los que disfrutaban más, cuando llegó el dinero, en las salas de fiesta que en el gimnasio, que ya bastantes privaciones había sufrido de niño. Esquivas y desplantes con las manos bajas, golpes imprevisibles y fulminantes. Los boxeadores son tontos, decía, todos se ponen los guantes para protegerse pegados a la barbilla. Pues yo les pego en la frente y se caen. Y claro que se caían, pero porque era él el que los pegaba.
Fue campeón de España del peso ligero, dejando en la cuneta a grandes boxeadores como Kid Tano, Gómez Fouz o Manolo Calvo. Luego, en 1974, como mandan –o mandaban- los cánones, campeón de Europa, aunque en una categoría superior, la del superligero, título que arrebató a Tony Ortiz. Y ese mismo año, de ascenso imparable, se coronó campeón mundial WBC en Roma, al imponerse por puntos al japonés Lion Furuyama. Luego su primera defensa, en Barcelona ante el brasileño Joao Henrique.
Fue la noche en la que no dejaban entrar en el Palacio de los Deportes al celebérrimo José María García y Perico salió del vestuario a decir que o le dejaban entrar al pequeño a radiar o no había combate, como cuenta Vicente Ferrer Molina en su biografía del genial periodista. García entró y Perico despachó a su retador en nueve asaltos.
En julio de 1975, días convulsos en una España que afrontaba el final de un régimen de 40 años, el aragonés viajó a Bangkok a medirse con su bestia negra, el tailandés – Perico le decía el chino- Saensak Muangsurin, que le despojó de su corona al imponerse al español en ocho asaltos. Muangsurin entraba en la historia, era tan sólo su tercer combate de boxeo profesional. Nadie ha conseguido un campeonato del mundo con tan pocos combates, aunque venía con una larguísima trayectoria en el Muay Thai. Perico siempre dijo que algo le habían echado en la comida que afectó a su rendimiento.
Rehízo su carrera proclamándose campeón de Europa del peso ligero pero, dos años después del primer enfrentamiento, Muangsurin le daba la oportunidad a Fernández de recuperar su cinturón. Y esta vez en Madrid, en el Palacio de los Deportes. Pero de nuevo el oriental al que apodaban La Sonrisa del Diablo se hizo con el triunfo, esta vez a los puntos.
Perico no volvió a alcanzar la gloria. Suficientemente bueno como para ganar casi todos su combates en España, pero ya no le daba su boxeo para retos mayores. En tres ocasiones más disputaría el campeonato europeo, pero infructuosamente. El del ligero ante el escocés Jim Watt en 1978, el del superligero dos años más tarde ante Jo Kimpuani y finalmente el del wélter en 1984 en Italia ante Gianfranco Rossi. Tres derrotas por puntos, ningún demérito. Watt y Rossi serían posteriormente campeones mundiales. Y a partir de ahí, hasta su retirada definitiva en 1987, un marcado declive con derrotas ante boxeadores que jamás le hubieran puesto un guante encima en sus años gloriosos.
Pero ese don para manejarse con soltura en un ring no lo tuvo nunca para desenvolverse fuera de él. Fumaba, bebía, era desordenado y además generoso en exceso. Su vida sentimental tampoco tuvo estabilidad: cinco hijos de relaciones diferentes. Durante años vivió de vender sus cuadros, principalmente a sus amigos, de entre los cuales el principal benefactor fue José María García. También de la ayuda de su amigo José Luis Mariscal, o el también campeón mundial José Antonio López Bueno. La naturaleza no le hizo para el trabajo de 9 a 5. Tozudo y orgulloso, como buen aragonés. Célebre es su respuesta cuando, con el objetivo de ayudarle y dotarle de un salario estable, le ofrecieron un puesto de conserje en Zaragoza: “Si quieren un portero, que fichen a Zubizarreta”.
En varias ocasiones se le organizaron actos de homenaje, con el fin de aliviar su precariedad. Primero de pensión en pensión, otras veces en algún club de alterne, o un lupanar, como él decía. Su diabetes y el alzhéimer agravaron una situación ya de por sí agónica. Todos estos bienintencionados actos de apoyo al final eran meros parches. Perico fue uno de esos ídolos, casos aislados, casi de generación espontánea, que fue capaz de hacer vibrar a todo un país, como Manolo Santana, Paquito Fernández Ochoa o Ángel Nieto. Pero encima en una época en la que el boxeo era uno de los tres deportes del pueblo junto con el fútbol y el ciclismo.
Se nos va un deportista genial y excepcional, un ser humano cariñoso y desprendido que acabó como esos protagonistas de novela mala, arruinado y sin salud. Héroe en esa España en la que el franquismo agonizaba. Sin duda, uno de los mejores y más fascinantes campeones que ha tenido el boxeo español.
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