Todo lo que ocurrió en Kinshasa el 30 de octubre de 1974 fue mágico. Un acontecimiento deportivo sin precedentes. Don King se llevó la competición más importante del deporte mundial, el campeonato del mundo del peso pesado, a la África negra, a Zaire, que se iba a convertir por primera vez en la historia en escenario de un evento de esas dimensiones.
Deportivamente, no se esperaba ni siquiera que fuera un buen combate. En realidad, todo hacía señalar que se trataría de la firma del certificado de defunción boxísitica de Muhammad Ali. El excampeón ya no era el de antaño. Más de tres años de exilio forzoso por su objeción de conciencia a la guerra de Vietnam, le habían afectado claramente. Con 32 años, y tras el parón, sus piernas ya no tenían frescura, ya no flotaba como las mariposas. Ali afrontaba esta nueva oportunidad de proclamarse campeón con dos derrotas en su palmarés. Había perdido con Joe Frazier y también con Ken Norton, aunque a ambos les derrotó posteriormente por puntos pero sin brillo. George Foreman, con 25, se presentaba con un impactante 40-0 con 37 triunfos por la vía rápida. Esta era la cuarta defensa de su reinado de terror: se había cargado en un round a José Román y había pulverizado en dos a los vencedores de Ali, a Ken Norton y Joe Frazier. Si Ali había perdido con Norton y Frazier, y Foreman se los había cargado en menos de seis minutos, la regla de tres estaba clara. En Zaire, Big George aniquilaría al viejo excampeón.
No fue así.
En condiciones extremas de calor y humedad, Ali, el estratega, el genio, el guerrero inteligente, fue capaz de derrotar al Goliat de su generación.
Las historias que rodean este mágico combate son interminables. Como lo fueron todos los problemas logísiticos para ofrecer a todo el mundo el campeonato desde un país carente de infraestructuras. Para más inri, el pleito estaba programado para el 24 de septiembre y por un corte de George Foreman, producido en sus entrenamientos, hubo de posponerse hasta el 30 de septiembre. Un autentico desastre, puesto que el combate iba a escenificarse al aire libre y la nueva fecha coincidía con el inicio de la temporada de tormentas y lluvias tropicales. El combate iba a cancelarse, pero el presidente Mobutu, que era el que financió toda la fiesta para gloria de su imperio y con un dinero que tanta falta hacía a un país claramente subdesarrollado, y a quien posteriormente se desvelaría como un sanguinario tirano, ordenó que el combate siguiera adelante y que de ahí no se movía nadie, por la cuenta que les podía traer…
Pero de nuevo la magia. Hasta los dioses entendieron lo que significaba este combate. Hasta que no acaben los guerreros no comenzamos nosotros. Y solamente cuando Foreman y Ali bajaron del cuadrilátero, empezaron a caer las primeras gotas que al poco se convirtieron en diluvio.
Si la vida posterior de Ali es materia de leyenda, la de Foreman, tal vez menos conocida, supera el más fantasioso guión cinematográfico. A George le afectó la derrota, perdió su aura de monstruo invencible, pero siguió adelante con su carrera boxísitica con el objetivo de recuperar la corona. Pero tras cinco victorias más, poco más de dos años después de Kinshasa, Foreman cae derrotado ante Jimmy Young en San Juan de Puerto Rico. El combate había sido extenuante. En el duodécimo y último asalto, que fue elegido mejor round del año, los dos púgiles lo dejan todo. Foreman llega al vestuario prácticamente deshidratado. Cree que está muerto, se mira las manos y ve que sangran. Ante la mirada atónita de su entrenador, Gil Clancy, George se mete debajo del chorro de agua y empieza a gritar: “Aleluya, estoy limpio, he vuelto a nacer”. Foreman, tras su visión, aún en el vestuario, decide dejar el boxeo y dedicarse a la religión. Se ordena ministro y a partir de ahí, dedica todo su tiempo y sus medios en predicar y ayudar a los más desfavorecidos.
Pero diez años después de su inesperada retirada, su George Foreman Youth and Community Center necesita fondos para seguir adelante y los suyos ya escasean. Gordo y casi cuarentón decide volver al boxeo. Un regreso tomado a broma, en el que nadie creyó. El 5 de noviembre de 1994, veinte años después del combate de Zaire, Big George Foreman, a los 45, noquea a Michael Moorer y vuelve a proclamarse campeón mundial del peso pesado. Un milagroso guión que en el cine hubiera sido calificado, sin duda, de muy fantasioso. Fue tan real como un combate de boxeo.